Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía V Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
7 de febrero de 2021

“Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido” Marcos 1, 29, 38

Hermanos,

En estos días continuamos aprendiendo con Jesús cómo debe ser el discípulo de Jesús, aquel que lo sigue. Siempre me gusta recordar lo anterior. Acuérdense que Él llamó a aquellos primeros discípulos, también Él les dijo “vengan y vean donde yo vivo” cuando le preguntaron ¿dónde tú vives? Vengan y síganme; después les dijo que iban a ser pescadores de hombres, poco a poco los fue iniciando y el domingo anterior, Jesús les dice que el que le sigue tiene que estar dispuesto. Les decía el que esté en el campo como si no arara… como diciendo dispuestos siempre.

Y el domingo anterior les recomendaba que el centro de nuestra vida tenía que ser el seguimiento de Jesús, cada uno según su estado y sus responsabilidades, el padre de familia como padre de familia, el soltero como soltero, el célibe que ofrece su vida a Dios con los votos de pobreza, castidad y obediencia. Es decir, cada uno tiene que seguir a Dios según su estado, pero el cristiano tiene que seguir al Señor, sabiendo que, haciendo su voluntad, es como nosotros cumplimos, no voy a decir esa deuda, pero es una deuda que nosotros tenemos con Dios. Él nos ha dado la vida, nos ha salvado en la cruz, y por lo tanto nosotros tenemos que corresponderle.

Las lecturas de hoy comienzan con el libro de Job. Sabemos quién era Job, aquel que lo perdió todo, que sintió tentaciones de abandonar a Dios, y la gente le decía, abandónalo, mira cómo Él te ha tirado, tú has sido bueno y Él no ha cumplido contigo. Es decir, ese tipo de relación con Dios de yo te doy para que tú me des. Nosotros tenemos que reconocer que Él nos ha amado tanto y primero cómo decía san Juan en su carta, que uno lo que tiene con Dios es una deuda. En este libro de Job, él comienza diciendo una verdad, “el hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, nadie pidió venir, está en la tierra porque Dios le ha dado la vida”

Ahora, esa vida que Dios nos ha dado también tiene un compromiso de parte nuestra. Por eso es que habla de un servicio, sus días son los de un jornalero, nadie determina sus días, el Señor lo sabe; podemos nosotros alargarlos, acortarlos, porque hay veces que el hombre alarga la vida nuestra y la de los demás, la alargamos con la ciencia con la buena voluntad, pero otras veces la maldad del hombre destruye la vida, y eso nosotros lo vemos desde el aborto hasta la pena de muerte, las guerras y tantas otras cosas, las injusticias.

El hombre tiene poder para el bien y para el mal, por eso es que el hombre tiene que venir haciendo un servicio. ¿Cuál es ese servicio? El bien. Nadie puede utilizar su libertad para hacer el mal. Y este texto termina diciendo, y es cierto “recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha”. Contando los millones de años, de toda la historia de la evolución y de todo, nos damos cuenta que la vida de todos nosotros es un soplo. Este texto de Job, que es un libro de la Sabiduría, que precisamente se pregunta el ¿para qué es la vida? ¿qué sentido tiene la vida de un hombre que hace el bien si la comparamos con uno que hace el mal? Es un libro de la sabiduría porque no solamente se contenta con responder el por qué y al cómo, sino el para qué. ¿Para qué Dios me ha dado la vida? ¿Para qué tú has venido al mundo?, se tiene que preguntar un ateo, ¿qué sentido tiene tu vida? ¿todo hubiera sido igual si tú hubieras existido o no hubieras existido? ¿tal vez algo diferente? Entonces, esa pregunta, que es la pregunta de los sabios de Israel, es la pregunta de los filósofos griegos, es la pregunta de la humanidad entera.

Entonces, en este texto de hoy es el para qué. En primer lugar, para servir al Señor, pero cada uno de nosotros que Dios le ha dado una vocación, que es la vocación a la vida. A nosotros nos ha dado la vocación a ser cristianos, hijos de Dios. Algunos estamos bautizados ya, otros serán bautizados, esa es la llamada que Dios les hace, esa es la vocación. Hoy se da un escalón más, para qué el Señor te ha dado la vida, para qué el Señor te ha llamado a ser cristiano, a ser hijo de Dios, a conocer que Jesucristo es tu Salvador. Para hacer el bien, ama a Dios por sobre todas las cosas y trata a los demás como a ti mismo.

A cada uno de nosotros el Señor nos pide algo en particular, según los carismas que tenemos. El músico que ofrezca su música al Señor, no solamente deleitar a un auditorio, sino también alabando a Dios con la música. El pintor que haga imágenes preciosas para nosotros poder alabar al Señor. Y el Señor a todos nos dice, que tenemos que predicar el Evangelio. Por eso es que Pablo, sabiendo que el

le había dado la vida, sabiendo que el Señor le había llamado a ser discípulo, sabiendo que el Señor le había llamado a ser predicador, Apóstol de los gentiles como nosotros le llamamos, Pablo nos dice aquí, hay de mí si yo no predico el Evangelio.

Eso tenemos que decirlo todos los cristianos hermanos. Todos tenemos la responsabilidad y somos llamados a predicar el Evangelio. Ya sea de palabra, ya sea de obra, cuando digo obra es dando testimonio de cristiano. Es una llamada para todos. El Señor puede llamar a alguno, como en el caso de Pedro a que dedique toda su vida a predicar el Evangelio. Por eso Pablo dice, yo me he hecho gentil con los gentiles, yo me he hecho judío con los judíos, con tal de que se conviertan, con tal de llegar a ellos. Esa es la llamada que el Señor le hace a Pedro. Observemos, esa llamada Dios nos la hace a todos y a cada uno. Este tema en las predicaciones se va a repetir, porque precisamente todos tenemos que darnos cuenta a qué Dios me llama y qué bien yo hago, cómo respondo yo a Dios esa llamada. Pero en el fondo, todos tenemos que ser testigos de la victoria de Cristo, la resurrección de Cristo, de palabra y de obra.

El evangelio va en la misma línea. Nos invita, como hace Jesús, a ir predicar. Dice Jesús, “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas”, para que prediquen allí también, para que vean eso que hemos visto ahora, los milagros que el Señor había hecho, las palabras de sabiduría ¿quién es este que tiene tantas palabras con autoridad? Nosotros somos los destinados para llevar esa palabra, esa verdad de Jesús a los demás.

Por eso hermanos, pensemos en esto. El Señor me ha llamado a la vida través de mis padres, el Señor me ha llamado a lo que estamos oyendo, a aquellos que se están preparando para bautizarse, o aquellos que no conocen a Jesús, el Señor les está llamando. Vengan, síganme, yo quiero que ustedes sean hijos de Dios, yo quiero que ustedes vivan íntimamente unidos a Dios. Y el Señor a cada uno de nosotros nos pide, que como buenos cristianos seamos testigos de palabra y de obra, y según nuestros carismas, ponerlos al servicio de los demás y al servicio del Evangelio, para así crecer en gracia, crecer en sabiduría, para así estar contentos de que estamos caminando según los caminos de Dios. Con una gran esperanza y confianza, sabiendo que al final el Señor nos dará el premio prometido, que es vivir unido íntimamente a Dios en la patria celestial.

Ese es el sentido de la vida. No hemos venido aquí a la tierra a morir, hemos venido a vivir eternamente junto a Dios. Él es el Señor de la Vida.

Que el Señor nos ayude a vivir así.

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