Homilía de P. Juan Elizalde

Homilía de P. Juan Elizalde

Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 13 de noviembre de 2022
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Transcripción de la homilía de P. Juan Elizalde, párroco de Santa Teresita

“Ni un cabello de su cabeza perecerá; con su perseverancia salvarán
sus almas” Lucas 21, 19

Qué alegría por el regalo que Dios nos hace de la fe, que hace posible que seamos personas esperanzadas y esperanzadoras. La palabra de Dios en este domingo nos habla del final de los tiempos, con una literatura apocalíptica que no debemos ni podemos entender al pie de la letra. Tanto el evangelio como la primera lectura tomada del profeta Malaquías, nos hablan de catástrofes, enfrentamientos, divisiones, guerras y destrucción; sin embargo, lo importante es el mensaje final en ambas lecturas.

Iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas… y en el evangelio, ni un solo cabello de su cabeza perecerá, con su perseverancia, salvarán sus almas. Es un mensaje de esperanza, el juicio será para la salvación no para la condenación. Ya está demasiado lleno el mundo de pesimistas, de aves de mal agüero; y los cristianos en medio de este mundo tenemos que ser portadores de esperanza y perseverar confiando siempre en el Señor.

Confiar siempre en Él, y mientras tanto, no quedarnos con los brazos cruzados esperando el fin del mundo, como les ocurría a los fieles de la comunidad de Tesalónica, a la que Pablo invita y sobre todo urge a trabajar para ganarse el pan de cada día. Es así como Dios nos quiere como personas esperanzadas y esperanzadoras, que tengan razones cada mañana para confiar en Él, para alegrarse y comunicar optimismo. Conscientes de nuestra misión de transformar este mundo hasta convertirlo en un auténtico reino de Dios.

Para los judíos del tiempo de Jesús, el templo de Jerusalén representaba la seguridad, con tal de cumplir las leyes y acudir al templo, se justificaban ante Dios. Para ellos esto era el fundamento de su práctica religiosa, y Jesús se atreve a decirles que del templo no quedará nada, ni piedra sobre piedra. El templo no es lo importante, tampoco el mero cumplimiento de la ley pues Jesús predicó que no es Jerusalén, ni en Garicín donde debemos dar culto a Dios, Él quiere un culto en espíritu y en verdad.

En nuestra religión cristiana, también nos hemos edificado otros templos, otras normas y leyes que creemos que nos aseguran la salvación. Pero la fe es una aventura arriesgada y emocionante; no es el cumplimiento cómodo y seguro de normas sin implicación de nuestras personas, de nuestras vidas.

¿Cuál es la clave de tu vida cristiana? En clave religiosa, se llega a la religión por tradición o por herencia; en clave de fe, se llega por decisión personal y libre. Por eso la religión puede convertirse en una forma de pensar que acomodo a mi vida, o bien es una forma de vivir que me compromete.

Las verdades pueden convertirse en simples doctrinas que hay que saber. A veces nos confundimos con esto, y atiborramos a la gente de doctrinas y verdades; sin embargo, para el seguidor de Jesús, la única verdad es Jesús mismo y la escucha atenta de su palabra que debemos de hacer vida en cada uno de nosotros.

Puedo ser un cristiano que considero el culto, la celebración de la eucaristía como un conjunto de ritos a los que hay que asistir dominicalmente. O por el contrario, para mí el culto es la celebración gozosa de la experiencia de Jesús en mi vida. Puedo considerar la ley como un conjunto de normas que hay que cumplir, o darme cuenta que la auténtica ley del cristiano es vivir en el amor y para el amor.

Pidamos al Señor en esta eucaristía, que nuestra fe no la consideremos un seguro de vida, sino un regalo, un don gratuito de Dios, que celebramos en cada eucaristía y en los sacramentos con entusiasmo. Pidámosle al Señor que nuestra vida cristiana la vivamos en clave de fe, como lo vivió nuestra Madre, la virgen María de la Caridad y no en clave de religiosidad externa.

Que el Señor nos ilumine, nos anime en la fe, para ser cada día aquello que Él espera de todos nosotros. Testigos creíbles, no por guardar normas, sino porque vivimos en el Amor y damos Amor.

Que así sea.

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