Homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez

Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
6 de noviembre de 2022
XXXII Domingo del Tiempo Ordinario 

“Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará.” Macabeos 7,14

Podemos sentarnos hermanos,

Vamos a ver si en un breve comentario, pues estas lecturas que son tan ricas, pueden salir y transmitir. En primer lugar, como dije al principio, ya estamos llegando al fin del Año Litúrgico que termina con la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Esta fiesta nos trae a la memoria la resurrección de Cristo, es decir, el fin de los tiempos. Cristo ha resucitado y al fin de los tiempos, El acoge a todos aquellos que están junto al Señor. Aquellos que en la vida han querido servir al Señor sirviendo al prójimo, y han querido servir al prójimo sirviendo al Señor. Porque las dos cosas no se pueden separar. Hay un solo mandamiento que es ama a Dios por sobre todas las cosas y trata a los demás como tú quieres que a ti te trate.

Entonces, hermanos, estas lecturas que tienen como trasfondo, este triunfo de Jesucristo sobre la muerte, sobre el pecado, sobre el mal, sobre el sufrimiento. Estas lecturas, nos sitúan en un momento clave de la historia de Israel. Había perdido la independencia, los griegos más poderosos los habían conquistado y no solamente se dedicaron a conquistar la parte material, sino que quisieron robarle el alma al pueblo de Israel. ¿Cómo lo quisieron hacer? Imponiéndole creencias nuevas. ¿Qué creencias? El politeísmo griego. Eso para el pueblo de Israel era algo que no se podía tolerar. De tal manera, que hasta llegaron a poner estatuas de dioses griegos dentro del mismo templo de Israel.

Claro, eso suscitó una gran revuelta. Las personas que no querían, y  en esa revuelta en que murió mucha gente, es que se desarrolla este texto. Este es el primero de los dos. Fíjense bien que los dos hablan de siete, que el número uno de la perfección era la familia perfecta. Siete hermanos que tenían que enfrentarse al poder del mal, que quería quitarle su fe. Esto que estamos viviendo y refiriéndonos a hace 2200 años, también sucede ahora, cuando algún grupo muy organizado coge el poder y quiere que todo el mundo siga sus dictámenes, como ellos piensan, no como el pueblo ha pensado a través del tiempo. Es cuando se le quiere imponer una manera de ver el mundo a los demás y por eso se sufre mucho, se sufre mucho.

Entonces, hermanos, tenemos estos siete hermanos, pero después tenemos en el Evangelio también siete hermanos, pero diferente, de manera diferente. Ahí en el tiempo de Jesús estaban los saduceos. Los saduceos decían que no había resurrección. Creían en Dios, creían en Yahvé que había hecho el pueblo de Israel, era el que lo había puesto por sobre los demás pueblos. Pero todo ello era algo completamente temporal y material. La resurrección de los muertos no había. Pensaban  ellos que había que conseguir todo aquí en la Tierra. Claro, ellos eran los más poderosos. Ellos eran lo que detentaban el poder. Ellos eran los que llevaban la cámara, podemos llamarle así en términos modernos, que regía al pueblo de Israel. Y ellos pensaban en ellos, en su familia, en su poder, y que toda la gloria que Dios podía darle a un hombre estaba aquí.

Por eso, aquella costumbre de decir o aquella manera de pensar, de que cuando un hombre tenía sufrir algún daño porque era un pecador, por lo tanto quería decir que ellos que estaban en el poder arriba eran una gente perfecta. Pero se enfrentan con Jesús. Se enfrentan con Jesús que predica la resurrección, la victoria de Dios sobre todo, que toda la creación va a estar en sus manos, que Dios le va a dar sentido a la existencia. Esa es la predicación de Jesús. Amen a los demás como yo, como Dios te ha amado a ti, y tú debes amar a Dios. Pero acuérdate bien que el Señor te espera, el Señor ha resucitado para que tú también algún día estés junto a Él.

Hermanos ellos le ponen ese caso así que es rarísimo. Siete hermanos, como no habían tenido hijos, la ley de Moisés decía que el hermano siguiente tenía que casarse. Y entonces viene aquella cosa rara de que los siete hermanos se mueren. La mujer se ha casado con los siete, no ha tenido hijos con ninguno. Y entonces viene la pregunta. Es la pregunta al final, cuando llegue la resurrección. ¿Quién será su marido? Es como diciéndole tontos, ustedes rebuscan argumentos donde no lo hay. La resurrección significa ser semejantes a Dios. Después Pablo eso lo explica mucho mejor. Ser semejante a Dios en la resurrección significa ser hombres y mujeres creados por Dios que estaremos junto a Él. Ya esas cosas temporales, materiales, que nos quitan el sueño, aquellas cosas que son afectividades que muchas veces nos zarandean tanto, que nos hacen perder nuestro destino, nuestro futuro. Esas cosas pasan hermanos. Ante Dios todo queda y ustedes van a ser semejantes a Dios porque estarán en Cristo Jesús. Cuando Jesús resucita, los discípulos se acordaron de todas estas palabras de Jesús y encontraron sentido a lo que el Señor quería decir.

Entonces, hermanos, fíjense bien que estamos en esa situación de que al final de la vida, nosotros tenemos que darle cuenta a Dios de nuestros actos, ¿cómo hemos empleado el tiempo de nuestra vida?¿Qué nosotros hemos hecho con la gracia que el Señor nos da y con los dones que nos da? ¿A qué nosotros le hemos dado importancia en nuestras vidas? ¿A qué?¿Solamente para vivir este tiempo que pasa? O lo hemos empleado precisamente para ir desde ahora adelantando ese Reino de Dios, creando una sociedad más justa ahora entre nosotros.

Por alcanzar ese poder que los saduceos tenían podemos hacer cualquier cosa. Porque en definitiva al final, ¿quién me va a juzgar? Esa justicia que todos nosotros queremos. ¿La vamos a alcanzar aquí en la Tierra? Todos sabemos que no, que no. El hombre trata de luchar. De ganar. Es decir, ser. Vivir un poco más en la felicidad y la alegría, alcanzarla. Pero no la alcanzamos plenamente. ¿Dónde la tenemos plenamente? En el Señor Jesús, en la resurrección. Ese granito, esa cosita que está por dentro, que quiere que nosotros seamos felices, solamente la vamos a disfrutar con el Señor Jesús. Con el Señor Jesús.

Hermanos, tenemos que pensar en esto. Mi vida cómo yo la doy. Mi vida cómo yo la empleo como. ¿Cómo? ¿Pienso en la vida eterna o me quedo solamente en los hechos que sabemos que pasan, que cambian de bando, de signo, de un momento a otro?

En las lecturas de hoy, en la primera, vienen estos siete jóvenes. Aquí narra la respuesta de cuatro. Pero cada respuesta tiene un sentido. En la primera respuesta. ¿Qué dice el joven? ¿Qué pretende sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes de quebrantar la ley de nuestros padres. Eso significa fidelidad. Así es como tenemos que vivir para alcanzar la vida eterna. Fidelidad. No vas a quitarme lo que nuestros padres nos han dado, que es la fe en ese Dios que es Salvador. El segundo,  malvado, nos arrancas la vida presente, pero cuando hayamos muerto por tu ley, el Rey del Universo nos resucitará para la vida eterna. La confianza y la fe grande en la resurrección. Es capaz de decir cualquier cosa al verdugo.

Después viene el tercero. De Dios recibí las manos, le dijeron que le iban a cortar las manos, y por sus leyes, las desprecio, espero recobrarla del mismo Dios. Las manos pueden significar todo lo que nosotros somos capaces de tener en esta vida, de amar en esta vida. Todo eso pasa, y no tiene comparación con lo que viene de Dios. Esa es la tercera enseñanza, vamos a llamarle así. Y la cuarta dice, vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Es decir, afirmando de nuevo la resurrección. Pero agrega, tú, en cambio, no resucitarás para la vida eterna. Aquel que se aparta de Dios, aquel que hace el mal, que se aparta de su hermano, aquel que no espera, que solamente se fija en lo inmediato, en tener más, en vivir más desesperadamente ese no alcanzará la vida eterna; aquel que hace el daño como estaban haciendo ellos, tú, en cambio, no la vas a alcanzar. Aquel que se aparta de los hermanos no la va a tener.

Entonces hermanos qué nos dice el Señor en este texto. Nos dice, tratemos de seguir a Dios conservando la fe que hemos recibido, con la confianza que la Palabra de Dios se cumple, sabiendo que cualquier bien en esta tierra no tiene comparación con lo que vamos a recibir del cielo. Y sabiendo que nosotros podemos extraviarnos y que cuando hacemos el mal, pues entonces será difícil alcanzar la vida eterna si no lo convertimos, si no nos arrepentimos. Eso es lo que el Señor quiere. Muchas veces los hombres pensamos que podemos crear un paraíso en la tierra. Ese es un sueño, una ilusión, una quimera. El único paraíso es estar junto a Dios en la vida eterna.

Que el Señor nos ayude a vivir así.

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