TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA

TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA

AUTOBIOGRAFIA DE SAN ANTONIO MARIA CLARET

Capítulo X
Breve biografía de los sacerdotes colaboradores (Continuación)

600. El Pbro. D. Antonio Barjau: Natural de Manresa, diócesis de Vich; empezó las misiones con D. Lorenzo San Martí, y, como tiene una gracia singular para instruir y educar niños, le puse en el Seminario de Rector, y desempeñó muy bien su encargo. Allí estuvo hasta que fue allá mi sucesor; entonces se vino y le puse por Rector del Colegio del Real Monasterio del Escorial. Es un sacerdote muy desprendido de todo lo terreno y muy celoso de la gloria de Dios y salvación de las almas.

601. El R. P. Antonio de Galdácano, Capuchino Vizcaíno: Este Padre se agregó a mi compañía después de dos años que ya me hallaba en Cuba. Dicho religioso, exclaustrado por la revolución, se fue a los Estados Unidos; después estuvo en Puerto Rico de cura párroco; y, como allá no le probaba muy bien, se vino a Cuba, en que se halló mejor. Es un Religioso muy instruido y muy celoso; me acompañó algunas veces en las misiones y me ayudaba a confesar. Después le puse por Catedrático en el Seminario, y, tan pronto como llegó allá mi sucesor, se vino y le coloqué por Catedrático de teología en el Seminario de El Escorial.

602. El muchacho llamado Telesforo Bernáldez: Que se trajo don Juan Lobo, como he dicho; le puso él en la secretaría para escribiente y se murió del vómito.

603. El cocinero, llamado Gregorio Bonet: El clima no le sentó bien. Como había sido soldado y herido, con el calor las heridas se le resintieron y tuvo que volver a Mallorca, de donde era natural.

604. El muchacho Felipe Vila: Natural de la ciudad de Vich, que me llevé por criado. Cuidaba muy bien de los enfermos y de los pobres, a quienes daba la limosna y enseñaba la doctrina cristiana y exhortaba a la virtud; y les hacía unas reflexiones tan oportunas y enérgicas, que los curas del país, que a veces le oían, quedaban admirados, y empezaron a decirle que mejor sería que estudiara para cura que no que fuese criado de servir. Él les dio oído y quiso estudiar. Yo le decía que se dejase de eso, porque conocí que Dios no le tenía destinado para sacerdote, no obstante de ser de muy buenas costumbres. A pesar de mis consejos, él quiso estudiar; pero al cabo de poco tiempo le dolió el pecho y tuvo que volver a Europa y murió.

605. El muchacho Ignacio Betriu: Natural de Areu, diócesis de la Seo. Fue el más constante, de muy buenas costumbres, muy amigo de los pobres y muy celoso. Enseñaba también la doctrina cristiana a los pobres, y en las misiones la enseñaba a las demás gentes, a quienes daba o distribuía libros, estampas, medallas y rosarios de los que yo mandaba traer. Este muchacho se vino conmigo desde la América, y en el día de hoy aún está en mi compañía.

606. Estos son los sujetos que me acompañaron en mis trabajos apostólicos de aquella diócesis tan llena de malezas y espinas. Muchísimas gracias debo dar a Dios por haberme deparado tan buenos compañeros. Todos fueron de conducta intachable. Jamás me dieron un disgusto; por el contrario, todos me sirvieron de grande consuelo y alivio, todos eran de muy buen genio y de solidísima virtud; desprendidos de todo lo terreno, nunca jamás hablaban ni pensaban en intereses ni honores; su única mira era la mayor gloría de Dios y la conversión de las almas.

607. Yo en todos ellos tenía que aprender, pues me daban ejemplo de todas las virtudes, singularmente de humildad, obediencia, fervor y deseo de estar siempre trabajando. Nunca se vio en ninguno de ellos displicencia de ir a alguna parte; todos estaban siempre dispuestos para trabajar y con gusto se ocupaban en lo que se les mandaba, ya fuese en las misiones, que era lo más común, ya en cuidar de alguna parroquia o Vicaría foránea. Por manera que a ellos todo les era igual; nunca jamás pidieron ni rehusaron cosa ni ocupación alguna.

608. Así es que nuestra casa era la admiración de cuantos forasteros lo presenciaron. Digo esto porque yo tenía orden dada de que cuantos sacerdotes forasteros vinieren a la Ciudad, todos se hospedasen en mi Palacio, tanto si yo estaba como si me hallase ausente y por el tiempo que quisiesen. Hubo un Canónigo de la Isla de Santo Domingo, llamado D. Gaspar Hernández, que, teniendo que abandonar su destino a causa de la revolución, se vino a Cuba y permaneció en mi Palacio, comiendo con nosotros por espacio de tres años. Venían eclesiásticos de los Estados Unidos y de otros puntos, y todos hallaban cabida en mi Palacio y en mi mesa; y parece que Dios los traía para que vieran aquel espectáculo tan encantador. No podían menos que notar que nuestra casa era como una colmena, en que ya salían unos, ya entraban otros, según las disposiciones que les daba, y todos siempre contentos y alegres. Por manera que los forasteros quedaban asombrados de lo que veían y alababan a Dios.

609. Yo alguna vez pensaba cómo podía ser aquello, que reinara tanta paz, tanta alegría, tan buena armonía en tantos sujetos y por tanto tiempo, y no me podía dar otra razón que decir: Digitus Dei est hic.91. Esta es una gracia singular que Dios nos dispensa por su infinita bondad y misericordia. Conocía que el Señor bendecía los medios que de nuestra parte poníamos para obtener especialísima gracia. Los medios que poníamos por obra eran os siguientes:

91. Ex 8,19: El dedo de Dios está aquí.

610. 1.° Todos los días nos levantábamos a una hora fija y determinada, y teníamos en comunidad, sin faltar uno, medía hora de oración mental. Todos comíamos y cenábamos juntamente, y había siempre lectura en la mesa, que hacía uno por turno; después de la comida y cena, todos juntos teníamos un rato de recreación, y así todos juntos nos veíamos, nos hablábamos igualmente, y concluíamos el día con el santo rosario y demás devociones.

611. 2.° Cada año, en un tiempo dado, todos nos reuníamos en Palacio y hacíamos diez días de ejercicios espirituales, sin interrumpir jamás el silencio, sin admitir visitas, cartas ni negocio alguno. Por turno, cada día uno servía en la mesa y otro leía, empezando yo. En todos los días de ejercicios querían siempre que yo les predicase. En el último acto de los ejercicios, yo les besaba los pies a todos, y ellos después me pedían a mí permiso para besármelos a mí y a los demás; este acto era muy tierno, muy imponente y de felicísimos resultados.

612. El tercer medio era que nadie tenía amistades particulares; todos nos amábamos igualmente los unos a los otros. Además, nadie tenía amistades fuera de casa; en Palacio lo teníamos todo; así es que nadie visitaba ni era visitado de los de afuera. Conocimos todos por experiencia que este medio era muy bueno y aun necesario para conservar la paz, evitar disgustos, celos, envidias, sospechas, murmuraciones y otros males muy grandes.

613. El cuarto medio fue que les prohibí, con toda la fuerza de mi autoridad y les supliqué con toda la
amabilidad del cariño que les profesaba, que jamás leyesen anónimos. Estos son los medios principales de que nos valimos, y el Señor se dignó bendecirlos y nos fue siempre muy bien. Sea siempre y por todo el Señor bendito.

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