TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA

TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA

AUTOBIOGRAFIA DE SAN ANTONIO MARIA CLARET
Capítulo IV
De los temblores de Santiago de Cuba

529. Horrorosos fueron los estragos que causaron en Cuba los temblores; las gentes se espantaron, y el Señor Provisor me llamó diciendo que fuera a Santiago, que convenía; dejé la Misión de Bayamo y fui a Santiago, y quede espantado al ver tantas ruinas; apenas se podía pasar por las calles de tantos escombros. La catedral estaba completamente descompuesta, y para que se forme una idea de los vaivenes que sufriría aquel grande templo, sólo diré que en cada esquina del frontis de la Catedral hay dos torres iguales; en la una está el reloj y en la otra las campanas; las torres son de cuatro esquinas, y a lo último de cada esquina hay una maceta por ornato, y una de estas macetas en los sacudimientos se desprendió y entró por una de las ventanas de las campanas. Calcúlese ahora qué curva había de describir aquella maceta para poder meterse dentro de la ventana. El Palacio quedó arruinado; lo mismo digo de las demás iglesias, más o menos; de modo que en las plazas se formaron capillas, y en ellas se celebraba la santa Misa y se administraban los Santos Sacramentos y se predicaba. Todas las casas se resintieron más o menos.

530. Quien no ha experimentado lo que son los temblores grandes, no se puede formar de ellos una idea, pues que no consisten únicamente en la oscilación u ondulación de la tierra y al ver cómo corren
los trastes y muebles de la habitación de una a otra parte. Si no fuera más que esto, los que han navegado podrían decir que en una mar gruesa lo han visto en un buque; pero no es esto sólo, hay algo más en un terremoto.

531. ¡Ay!, uno ve que los caballos y demás cuadrúpedos, que son los primeros que los presienten, se ponen de cuatro pies firmes, como una mesa firme; ni con todos los latigazos ni espuelazos se pueden mover; después al ver las aves, v. gr., gallinas, pavos, palomas, pericos, catéis, loritos, etc., qué gritos, graznidos, chillidos y aspavientos; y luego se oye un trueno subterráneo, y al cabo de poco se ve menear todo, y se oyen los crujidos de las maderas, puertas, paredes y se ven caer pedazos del edificio; pero, lo que es más, la chispa eléctrica que anda con todo esto, y se ve en los gabinetes que el aparato del imán con el hierro, cuando da el temblor, se descompone completamente.

532. Y además cada uno lo siente en sí mismo, y se ve que todas las gentes, así como da el estallido, todas gritan con voz espantosa y despavorida: Misericordia, y por un instinto de propia conservación echan a correr en algún patio, plaza o calle, pues que nadie se tiene por seguro en su propia casa; luego que han corrido, se paran, se callan, se miran como lelos y se les asoma una lágrima a los ojos; es inexplicable lo que pasa; en medio de esa multitud de sustos, vimos en Santiago una cosa satisfactoria y sorprendente, y es que todos los enfermos de casas particulares y de los hospitales civiles y militares, todos envueltos con sus mantas, se levantaron y se salieron de los aposentos como los demás y dijeron que ya se hallaban sanos, que por nada volvían a sus camas.

533. Hubo muchas ruinas, pero apenas tuvimos que deplorar desgracias personales. Muchísimos referían los prodigios de la misericordia de Dios, que, habiendo sufrido un derrumbe en sus casas, milagrosamente habían escapado sin lesión alguna. Las ruinas fueron muy grandes y de mucho costo el repararlas después; a mí, la Catedral me costo 24.000 duros el repararla; el Colegio o Seminario, 7.000 duros; el Palacio, 5.000 duros.

Capítulo V
Del cólera morbo o peste que hubo en la diócesis de Cuba

534. Los temblores duraron desde el 20 de agosto hasta los últimos de diciembre, con algunas, aunque
breves, interrupciones; pero, en cambio, había día de cinco temblores. Hicimos rogativas, y todos los Canónigos y demás Sacerdotes en procesión íbamos a la alameda de la orilla del mar, en donde se levantó una capilla de tablas y un grande toldo, en que concurrían las Autoridades y demás gente de la Ciudad por la mañana.

535. Además de las letanías, se cantaba una Misa de rogativas, y por la tarde, además del rosario y rogativas, yo hice o prediqué una misión exhortando a la penitencia, diciéndoles que Dios había hecho con algunos lo mismo que una madre que tiene un hijo muy dormilón, que le menea el catre para que despierte y se levante, y que, si esto no sirve, le castiga al cuerpo. Que lo mismo hace Dios con aquellos hijos pecadores aletargados: ahora les ha movido el catre, la cama, la casa, y, si aún no se despiertan, pasará a castigarles el cuerpo con la peste o cólera, pues me lo dio a conocer Dios Nuestro Señor. Algunos del auditorio lo tomaron muy a mal y murmuraban de mí, y he aquí que apenas había transcurrido un mes, cuando se manifestó el cólera morbo de una manera espantosa; hubo calle en que en menos de dos días se murieron todos sus habitantes.

536. Muchísimos, por los temblores y la peste, se confesaron, que no se habían confesado en la santa
misión. ¡Qué verdad es que hay algunos pecadores que son como los nogales, que no dan fruto sino a palos! Yo no puedo menos que bendecir al Señor y darle continuamente gracias por haber enviado la peste tan oportunamente, pues conocí evidente y claramente que era un efecto de su adorable misericordia; porque, por la peste, muchos se confesaron para morir, que no se habían confesado en la Misión; y otros, que en la Misión se habían convertido y confesado bien, que se habrían precipitado otra vez en los mismos pecados, y Dios en aquella peste se los llevó, y en el día de hoy se hallan en el cielo; que, de no haber sido por la peste, habrían recaído y se habrían muerto en pecado y condenado. ¡Bendita y alabada sea la bondad y misericordia de Dios, nuestro buen Padre de toda clemencia y de toda consolación!

537. Durante la peste o cólera, todo el clero se portó muy bien día y noche. Yo y todos los sacerdotes estábamos siempre entre los enfermos, socorriéndolos espiritual y corporalmente; sólo uno murió y fue víctima de la caridad. Este fue el Cura párroco del Cobre. Se sentía algún poco atacado ya, pero con el remedio tenía esperanzas de curar. Se hallaba en cama, le avisaron para un enfermo, y él dijo: Conozco que, si voy, moriré, porque se va a agravar mi mal; pero como aquí no hay otro sacerdote, allá voy; prefiero morir a dejar de asistir al enfermo que me llama. Fue; al volver se metió en la cama y murió.

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