TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA

TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA

DIA 8 DE NOVIEMBRE 2021

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS AL ESTILO DE CLARET
ES UNA LECTURA EN CLAVE “VOCACIONAL”
LA EXPERIENCIA PERSONAL DE CLARET

CLARET tiene la conciencia muy clara y explícita de que su vocación tuvo un origen y un desarrollo desde la Palabra de Dios considerada de una manera global, sin excluir otros elementos determinantes como la oración, la realidad, etc. Y el segundo está constituido por aquel los textos bíblicos concretos que estuvieron de hecho presentes tanto en el origen de la llamada como en la formación de la vocación y en su vida y misión.

Todos los elementos que integran ambos aspectos y que se describen a continuación tienen entre sí una íntima relación, especialmente de continuidad expansiva y dinámica.
Claret tuvo una conciencia clarísima de la inspiración bíblica de su vocación ya desde el comienzo cuando sintió la llamada del Señor. «Esta sentencia me causó una profunda impresión…, fue para mí una saeta que me hirió el corazón…» (Aut. 68).

En sus escritos abundan expresiones en este sentido. He aquí una muestra: «Lo que más me movía y excitaba era la lectura de la santa Biblia…
En muchas partes de la Santa Biblia sentía la voz del Señor, que me llamaba para que saliera a predicar».

A través de la Palabra de Dios oía clarísimamente la voz del Señor que le hablaba y que le seguía llamando (33). Este hecho explica, sin duda, lo sencillo y natural… igual práctica sigue en Verbo predicado: Cum simplicibus sermocinatio eius (Prov. 3, 32)… Spiritus Domini super me evangelizare pauperibus misit me Dominus (Luc 4 18. “El Espíritu del Señor está sobre mí, por el que me ungió a mí, me envió a evangelizar a los pobres y a sanar a los contritos de corazón”).

Y el mismo Jesucristo da gracias a su eterno Padre, porque la divina palabra se revela o se predica a los párvulos, esto es, a los humildes» (ib., p. 365).

Esta conciencia bíblica de su vocación le identificaba particularmente con San Pablo (34). Él mismo lo afirmará tajantemente: «Pero quien me entusiasma es el celo del apóstol San Pablo. ¡Cómo corre de una a otra parte, llevando como vaso de elección la doctrina de Jesucristo! Él predica, él escribe, él enseña en la sinagoga, en las cárceles y en todas partes; él trabaja y hace trabajar oportuna e importunamente; él sufre azotes, piedras, persecuciones de toda especie, calumnias las más atroces. Pero él no se espanta; al contrario, se complace en las tribulaciones, y llega a decir que no quiere gloriarse sino en la cruz de Jesucristo».

Ya el origen de la vocación de Claret tiene un sabor profundamente paulino: «Me hallé como Saulo por el camino de Damasco – nos dice -; me faltaba un Ananías que me dijese lo que había de hacer».

Las frases de Claret – «esta sentencia me causó una profunda impresión…, fue para mí una saeta que me hirió el corazón; yo pensaba y discurría qué haría, pero no acertaba» – reflejan la misma situación de desconcierto que tuvo San Pablo en el momento de su conversión.

Durante toda su vida apelará a San Pablo para entenderse a sí mismo, para comprender los planes del Señor sobre él, para explicarse las vicisitudes de la vida que tuvo que sufrir y para dar un sentido global a su existencia.
El Espíritu del Señor que animó la vocación de Claret y le inspiró en la lectura de la Palabra de Dios, es, no sólo el Espíritu del Padre, sino también de la Madre: «El Señor me dijo a mí y a todos los Misioneros compañeros míos:

“No seréis vosotros lo que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre y de vuestra Madre el que hablará por vosotros”. (Mat. 10,20). Por manera que cada uno de nosotros podrá decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por el que me ungió a mí, me envió a evangelizar a los pobres y a sanar a los contritos de corazón” (Luc. 4,18)» (29).
Este “espíritu materno” estuvo siempre presente en la vida y misión de Claret, vocación apostólica, misionera y, a la vez, profundamente cordimariana.

No podía faltar en Claret una referencia a María a la hora de leer, estudiar y meditar la Palabra de Dios. El Verbo, la Palabra, se encamó en María, la más casta, humilde y fervorosa de las madres. María es Madre de la Palabra por su castidad, humildad y fervor. Son las actitudes de María para acoger la Palabra en su seno y darlo al mundo.
El sacerdote y el misionero para predicar la Palabra han de tener el Espíritu del Señor y han de ser castos, humildes y fervorosos, como María.

En particular, dice Claret al misionero: «Aprende… de María… por la humildad con que estudiarás en los Libros Santos y con que orarás a Dios concebirás lo que has de decir o el Verbo que has de predicar…». «Además, el Verbo eterno se debe considerar en tres estados: encamado, consagrado y predicado; para encamarse escogió la madre más humilde; pero la más casta y más fervorosa, cual es María Santísima; y así como María es madre del Verbo encamado, así el sacerdote, dice San Bernardo, es como padre y madre del Verbo consagrado y predicado. Por lo tanto, ha de procurar ser humilde como María, casto como María y fervoroso como María».

«Aprende, Teófilo, de María; con la castidad has de agradar a Dios, y por la humildad con que estudiarás en los Libros Santos y con que orarás a Dios concebirás lo que has de decir o el Verbo que has de predicar. La Virgen lo envolvió en pobres pañales; tú lo envolverás en un estilo sencillo y natural… Y el mismo Jesucristo da gracias a su eterno Padre, porque la divina palabra se revela o se predica a los párvulos, esto es, a los humildes».

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