TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA

TRAS LAS HUELLAS DE CLARET EN CUBA

DIA 2 DE AGOSTO 2021

Mientras avanza el Año de San Antonio María Claret en nuestra Arquidiócesis de Santiago de Cuba, vamos también conociendo un poco mejor a su Arzobispo en su portentosa tarea misionera y pastoral.

El mes de agosto estará dedicado íntegramente a conocer una faceta no tan notoria de su vida, pero que vale la pena conocer mucho mejor por su transcendencia para la Iglesia. Y fue aquí, en Santiago de Cuba, donde se inició la fundación de una “ORDEN NUEVA” que hoy está presente en todo el mundo.

La Hermana María Soledad Galerón, Misionera Claretiana en la comunidad de Santiago de Cuba, nos ofrece de manera sencilla y breve los múltiples avatares que Claret y Antonia París pasaron hasta poner en marcha esta “ORDEN NUEVA”, nacida en estas tierras del ardiente oriente cubano.

CLARET Y ANTONIA PARIS COMPROMETIDOS EN DAR A LUZ UNA “ORDEN NUEVA”

Agosto 1855, aquí, en Santiago de Cuba, precisamente en la calle san German, nace la Congregación de Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas, primera congregación fundada en Cuba, por el Arzobispo Claret y la Venerable María Antonia París.
Todo nacimiento tiene una gestación, un proceso, unos pasos que van haciendo camino…

PREHISTORIA DE LA FUNDACIÓN…

Antonia París i Riera nació el 28 de junio de 1813, en Vallmoll, Tarragona (España) y fue bautizada en la fiesta de San Pedro. Esta fecha será para ella símbolo de su profunda vocación eclesial y su llamada a vivir el Evangelio a imitación de los Apóstoles.
Aunque María Antonia sentía «vocación religiosa desde que tenía uso de razón», no ingresó en la Compañía de María de Tarragona hasta el 23 de octubre de 1841. Lo hizo en calidad de residente, porque, en aquel momento, las leyes anticlericales del Estado español, prohibían el ingreso de nuevas novicias.

Era el año 1842, al año de estar en el convento, el Señor le concedió vivir una experiencia mística que marcó toda su existencia. «Estando una noche en oración rogando intensamente a Cristo Crucificado remediara las necesidades de la Santa Iglesia, que en aquella ocasión eran muchas… le ofrecí mi vida en sacrificio… y le suplicaba se dignara enseñarme lo que había de hacer para darle gusto y gloria cumpliendo su santísima voluntad» (A. París Aut. 2). El Señor le hizo comprender el Evangelio y el modo como Él quería que fuera vivido.

Se sintió llamada a fundar una “Orden Nueva”, y muy poco tiempo después, el mismo Señor, le hizo entender que el P. Claret le ayudaría en la fundación. Había oído hablar de él, como misionero itinerante, pero no lo conocía personalmente, sin embargo, se le manifestó como el hombre apostólico que la Iglesia necesitaba.

En varios momentos de su Autobiografía expresa, que era Dios el que quería a Claret como colaborador para esta obra. De la conciencia de que, era querer de Dios la ayuda de Claret, brota en María Antonia un sentido muy profundo de constante consulta y obediencia hacia él.  “Este es, hija mía, aquel hombre apostólico que, con tantas lágrimas, por tanto, tiempo me has pedido” (París Aut 19 31). “Este Padre es el primero, y él quiero que arregle las primeras casas de esta nueva Orden” (París Aut 32) “El Padre Claret te dará la mano para formar las primeras casas de la Orden” (París Aut 36). “Después me ha dado a conocer Nuestro Señor y me ha dicho muchas veces que sufriría mucho por las resistencias que haría este Padre en poner el hombro al trabajo; por no manifestárselo Su Divina Majestad como él quería…” (Paría Aut 39).

En año 1848, el canónigo José Caixal, confesor de Antonia, le pide que escriba lo que el Señor le había inspirado respecto de la fundación de la Orden. “Mientras escribí estos apuntes… fueron muchas la veces que Dios Nuestro Señor me hacía compañía a la noche mientras velaba, puesta de rodillas, orando y escribiendo” (París Aut 20). Después de leer y reflexionar el escrito, Caixal le pide a, su amigo Mosen Claret, que visite a María Antonia, en su convento de Tarragona, pero Claret, trata de evadirse diciéndole, en una carta del 5 de setiembre de 1849, que ya está comprometido con otro instituto, que, a su entender, “hacen lo mismo que dice aquel manuscrito que usted me dio a leer…”.

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