Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez, 31 de marzo de 2024, Domingo de Pascua –La Resurrección del Señor-

Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez, 31 de marzo de 2024, Domingo de Pascua –La Resurrección del Señor-

Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
31 de marzo de 2024, Domingo de Pascua –La Resurrección del Señor-

¡Entró… vió y creyó! Juan 20, 8

Hermanos,

Este es el día del Señor este es el tiempo de la Misericordia. ¡Qué día más alegre este! Ya estábamos esperando que los cielos se rasgaran y la luz del Resucitado ascendiera a ellos, para también iluminarnos toda nuestra vida. Qué hermoso es este día, por eso que en el Salmo nosotros hemos rezado con el salmista, que ustedes saben que los salmos son oraciones del Antiguo Testamento pero que como el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento están unidos todos en la figura de Jesús; entonces nosotros podemos rezar con estos salmos que en definitiva nos hablan del Mesías. Como este texto del Antiguo Testamento nos refiere a algo que sucede ahora, porque Cristo es el que ha hecho posible que todo el Antiguo Testamento se cumpliera en su persona.

Sí, este es el día del Señor. Hermanos, lo primero es de darnos cuenta de que todos los días son días del Señor todos los días. Y todos los días al levantarnos uno tiene que decir, gracias Señor porque esto está presente en mi vida. Gracias Señor, porque has iluminado mi vida en medio de camino, que ustedes sabe que los caminos personales, y los caminos familiares, y los caminos de los pueblos, tienen muchos tropiezos, muchas piedras en el camino, muchas situaciones difíciles. Pero, este es el día en que nosotros recordamos la victoria de Cristo sobre el mal, sobre la muerte y sobre el pecado, que nos hace entonces entender, de que todos nuestros días son de Cristo, y todos estos días tenemos que celebrar la victoria sobre el pecado, sobre nuestro pecado personal, sobre nuestros pecados de los que nos rodean, son los pecados de nuestro pueblo, que también tenemos que arrepentirnos de los pecados de nuestro pueblo, y también sobre los pecados de todos los hombres y mujeres del mundo entero, porque Cristo muere por todos para salvarlos.

Entonces hermanos al amanecer de todos los días, que sea un día de Pascua, gracias Señor me ha dado la luz de la vida hasta que llegue como Tú a la Jerusalén del cielo, a la patria celestial. Por eso que cantamos aleluya, y ojalá que todos los días al despertar nuestra primera intención sea gracias Señor, me has dado la vida, estoy esperando el día de mi Pascua eterna junto a ti.

Hermanos las lecturas de hoy son preciosas, preciosas. La primera lectura es de Pedro, el derecho de los Apóstoles y habla de Pedro. Si alguno de nosotros quiere explicar qué cosa es tener fe en Cristo Jesús, simple y sencillamente vaya el capítulo diez de los Hechos de los Apóstoles, y nos vamos a encontrar a Pedro, que era un hombre del Antiguo Testamento, educado en la fe judía, que esperaba un Mesías, y Pedro el que ya había pasado por la resurrección de Cristo; fíjense bien que él es ese empalme, uno de esos empalmes, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento con la victoria de Cristo. Si antes era el pueblo de Israel, ahora del pueblo de los hijos de Dios, todo aquel que quiera aceptar a Jesús como el Señor.

Entonces Pedro, aquel que negó a Jesús, aquel que se creía muy guapo y al final no lo era, aquel que cogió miedo, aquel que también tuvo aquella decisión que hay que ser muy valiente para saber pedir perdón, aquel que supo pedir perdón. Ya él había experimentado ese perdón, había experimentado la resurrección de Cristo, ya a él nadie le podía hacer cuento y él se para, en medio de aquella persecución que había contra aquellos creyentes, si habían matado el maestro porque no iban a matar oes a perseguir a los demás. Y Pedro lleno del Espíritu Santo empieza a predicar, y qué es lo que predica. Claro le predicaba, no a nosotros que sabemos que Cristo ha resucitado, si no le predica a los habitantes de Jerusalén que habían seguro que recibido a Jesús el Domingo de Ramos, seguro que habían oído hablar de Él, seguro que habían visto el revuelo cuando su pasión y muerte.

Todos sabían, por eso es que los discípulos de Emaús después dicen, pero como ustedes no sabían y a esos Pedro les llama a la conciencia y les dice, yo vengo a predicar a ese hombre que maltrataron, acosaron, condenaron a muerte y mataron, a Ése, pero que fue un hombre que pasó haciendo el bien. Fíjense, qué cosa más bella cuando uno piensa en la vida de uno, en lo que uno dejará, ojalá que, de cada uno de nosotros, de ustedes, de cada uno de nosotros, conocidos y yo mismo, se puede decir, pasó haciendo el bien. Óiganme, eso es lo más grande que se puede decir de una persona, pasó al fin del bien, y eso es lo que él dice de Jesús. Pero aparte de eso, que es un hombre que tenía poder, un pobre que expulsaba a los endemoniados, le quitaba el demonio, el mal a la gente, el pecado; un hombre que entregó su vida. Dice, pero Él, como Isaías lo había ido profetizando poco a poco, Él nos alcanzó la salvación y ha resucitado.

Ése que muchos piensan que está muerto, Ése ha resucitado, y Él es el primero que nos va a llevar a la casa del Padre, a la luz eterna. Hermanos, ése es Pedro, ésa es su experiencia. Pero tenemos después la experiencia de todos los discípulos de Emaús, que es otro texto del Evangelio precioso, estos dos hombres que también hasta cierto punto de nosotros también vamos caminando con ellos, cuántas veces nos desanimamos, creemos que Dios no se hace presente, creemos que nos ha olvidado, que no tenemos fuerza.

Y esta gente iban cabizbajos, estos dos hombres iban cabizbajos diciendo qué pena, toda la esperanza puesta en ese hombre que nosotros creíamos que venía liberar al pueblo de Israel, y claro está eso es todos los problemas estaban resueltos. Qué es falso, qué falso. Creían que era un hombre cualquiera, creyeron en un hombre más que en la fuerza de Dios, eso es ejemplo para siempre. ¿En quién ponemos nuestra confianza? Dicen que pena, y se iban así derrotados, de hecho, dejaron a Jerusalén, se apartaron del grupo de los discípulos del Señor. Peligro no podemos apartarnos del grupo de los discípulos del Señor.

Pero Jesús fue con ellos y se metió, y les hizo ver cómo en Él se habían cumplido todas las Escrituras, sin decir que era Él, lo único que decía en ése, en ése se cumplieron todas las Escrituras. No cabe la menor duda que ellos se fueron llenando de la paz que trae el Espíritu, y en el momento de marcharse Jesús, quédate con nosotros, quédate, la tarde se hace de noche, el día cae, quédate. Se veía que estaban tumbados, que querían alguien que les diera un poco de ánimo.

Y Jesús se manifiesta precisamente en la Eucaristía.  Cogieron el pan y al bendecirlo Jesús, lo parte, lo da, y ahí es donde ellos caen y se dan cuenta de que ese que venía hablando de las Escrituras, que se referían precisamente a Él, era el mismo aquel que había partido el Pan y dado de beber la Copa diciendo, esto es mi cuerpo y este es mi sangre.

Y en ese mismo momento se llenaron de pasión por Cristo, de confianza segura en la resurrección de Cristo, y eso es lo que los dispara a dar marcha atrás, a irse a Jerusalén a encontrarse con la gente, y cuando le van a decir ellos hemos visto al Señor que ha estado con nosotros conversando ayer, allí le dicen, sí, aquí hay algunas mujeres que sí que dicen que lo han visto, que dicen que lo han visto y que está vivo.

Hermanos, es la historia de ese momento clave en que el Señor Jesús se manifiesta con su resurrección, que mueve los corazones de aquellos discípulos, no solamente los corazones, sino todo su potencial humano, e iluminado por la gracia de Dios y esa gente entienden, y esa gente se dispone a darlo todo por Jesús.

¿Cuál es el tesoro más grande, cuál es la piedra la piedra fina? ¿Cuál es? Precisamente Cristo el Señor, que nos da la vida eterna, en la vida luchamos por tantas cosas particulares pequeñas, unas más grandes, unas más decisivas otras no, pero tenemos que agradecer la victoria de Cristo, que esa es la joya más grande a la que nosotros podamos aspirar. Los bienes de la tierra pasan, pero la victoria de Cristo no pasa, y el Señor nos llama a la vida eterna, nos llama a la vida eterna.

Entonces hermanos, también nosotros nos dejamos llevar muchas veces por el pesimismo, o nosotros tal vez nos preocupamos tanto de las cosas materiales que son necesarias, pero hay otras que no tanto, y entonces les dedicamos más tiempo en nuestra vida, pudiendo dedicar mucho más tiempo a Dios. Hermanos sí, quien quiera que sea, en este caso me podré yo de obispo, cómo empleo mi tiempo, si no en darlo a los demás para predicar a Cristo resucitado. Pienso en cualquiera, un médico que debe entregar su vida para servir a los demás en los pacientes, así continúa la obra sanadora de Dios en medio del mundo, qué tiempo él también le dedica no solamente hacer sino también a sentir, a meditar, a vivir que Cristo está presente a través de sus manos y se hace presente en nosotros.

Qué campesino en la tierra, que se pone a labrar la tierra, a mirar al cielo, manda el agua de tu bendición Padre y entonces, no le da las gracias o se olvida de la gracia de Dios por la fertilidad de la tierra porque Dios nos la ha dado, y la junto con eso decir gracias Señor porque algún día, yo estaré también cosechando los frutos de eternidad que es tu Resurrección y tú me llamas.

La madre con los hijos, cuanto nos empeñamos en enseñarles de tantas cosas que después puedan servir en la vida y eso es buenísimo, pero cuándo les enseñamos a decir, el tiempo mejor empleado es aquel que tú tienes en tu corazón para unirte a Cristo, siempre, a Cristo victoria, Cristo el Salvador, Cristo Luz del Mundo.

Hermanos tenemos que situar a Dios donde Él debe estar, donde debe estar, porque eso también nos da una gran fuerza en la vida. Y podemos pasar muchas dificultades, muchas dificultades como persona, como familia, como pueblo, el mundo entero. Pero nosotros tenemos que darnos cuenta que Cristo Resucitado, si seguimos su voluntad, alcanzaremos la vida eterna y la salvación, y este mundo será mejor en la medida en que cada uno de nosotros, donde quiera que estemos nosotros, sigamos a Cristo, el mundo así, lo estamos haciendo un poquito mejor. Y además, estamos luchando por lo más grande, por la perla fina que es Cristo que nos da la salvación.

Que Dios nos ayude a vivir así, hermanos y durante el tiempo de Pascua que vamos a vivir ahora, estos 50 días hasta Pentecostés, hermanos vivamos con el gozo de la resurrección de Cristo. Si durante la Cuaresma nos preparamos interiormente, que esa preparación no se agote, al contrario, que coja más fuerza en nosotros para servir mejor al Señor y a los demás.

Mucha confianza hermanos en el Señor, siempre, donde quiera que estemos, mucho valor para predicar al Señor como lo hizo Pedro, y para vivir también. Que Dios nos ayude a expresar y vivir nuestra fe de esa manera. Que el Señor nos acompañe a todos.

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