Homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez

Homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez

Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
20 de noviembre de 2022

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario

Solemnidad de Cristo Rey

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” Colosenses 1, 19-20

Hermanos,

Hemos llegado al final del Año Litúrgico. De igual manera que el año civil termina el 31 de diciembre en lo que se llama la Noche Vieja, y comienza el 1ro de enero con lo que nosotros llamamos el Año Nuevo; también el Año Litúrgico es el tiempo que regula todas las celebraciones de la comunidad cristiana que tiene como centro la persona Jesús, alabar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a Jesús que es el perfecto Revelador. Así el Año Litúrgico va regulando toda nuestra alabanza, toda nuestra oración comunitaria.

Hoy estamos celebrando este último día de este Año Litúrgico, la Fiesta de Cristo Rey del Universo. Todo lo que el Señor vino a revelarnos, todas las promesas que Él ha hecho, su Palabra que es viva, eficaz y veraz en el día de hoy celebramos su cumplimiento. Todo lo que ha sido creado por Dios, todo eso que Dios quiere que vuelva hacia Él en la persona de Jesús que es nuestro Salvador, que nos lo ha conquistado en la cruz.

Del nuevo Año Litúrgico, vamos a celebrar el domingo que viene el primer domingo de Adviento. Es como si fuera un círculo que comienza con el anuncio de que vendrá un Mesías, y que termina cuando todo ha sido puesto en las manos de ese Mesías para llevarlo a Dios Padre. En el Adviento, que es el primer tiempo del Año Litúrgico, nosotros vamos a comenzar a recordar a profetas que habían anunciado que vendría un Mesías. Que este mundo está perturbado por el mal, por el error, por el pecado, por nuestra dejadez, está marcado por eso, Dios no quiere que se pierda, dios nos manda un Salvador, que es Cristo y en el Adviento los profetas van anunciando, no se desesperen, no sean pesimistas, Dios no abandona a su pueblo. Por eso el Adviento es un tiempo de esperanza, nos da esperanza. El Señor mandará un Mesías.

Pero hoy celebramos la fiesta de que todo ha sido puesto en las manos de Dios a través de Cristo el Señor. Por eso es que las lecturas tienen este tinte de realeza. En el libro segundo de Samuel se nos habla como las tribus de Israel eligieron a David, el rey por excelencia de Israel, aquel que Dios había mandado a salvar al pueblo. De tal manera que a Jesucristo le llamaban hijo de David. Este es un recuerdo del momento en que todas las tribus aclamaron a David como rey, ése era el salvador. Y es verdad que David fue aquel rey que aglutinó, unió al pueblo y que le dio toda esa grandeza que posteriormente el pueblo de Israel tendría.

Cuando leemos el libro de los Colosenses, también Pablo hace referencia a un reinado y a una herencia. Comienza su carta diciendo, “demos gracias a Dios, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz”. Somos herederos, ¿de quién? De ese Cristo que muere en la cruz, y que su sangre lavó nuestros pecados. “Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.

Y aquí viene el contraste. Estamos celebrando Cristo Rey del Universo, para el mundo, ¿qué cosa es un rey? Un rey es alguien que tiene poder, que tiene grandeza, que todos los medios de comunicación se le enfocan, que cualquier palabrita que diga sale, resuena; que las cosas que pasan en su familia, buenas o malas, salen a la luz, todos están pendientes. Tiene poder, tiene riqueza, se rodea de mucha gente.

Nosotros decimos que Cristo es el Rey por excelencia, porque en Cristo se resumen el poder, la gloria, la verdad… eso que nosotros necesitamos para vivir en la tierra, teniéndolo a Él, aquel que nos salva, que nos guía, que nos ilumina, eso lo referimos a Él porque lo recibimos de Él, Él nos lo da. Si Él está junto a Dios su Padre en la Gloria, nosotros también estaremos junto a él. Eso es lo que estamos celebrando.

Este mundo que es transitorio, que es pasajero, que es limitado, que es ambivalente, que está rodeado de tinieblas, de oscuridad…. Pero también de luz cuando se hace el bien. Este reino Dios quiere que no permanezca así, Dios quiere que algún día termine en sus manos. Si fuimos creados en el principio por amor y en Él, en Cristo, hoy seremos salvados por el amor de Dios y por Cristo.

Y aquí viene el contraste, ¿y cómo nos salva? Los reyes de la tierra muchas veces se hacen grandes por las guerras, pro el terror, por tener el poder, ya sea buenos o malos, tienen todo ese poder en las manos y son capaces de permanecer aun en la injusticia. Cristo no es así, Él se entrega, Él se da, es un Dios que se hace hombre en todo menos en el pecado, se hace humilde. De ahí el reproche que le hacen en la cruz donde Él nos alcanza la salvación “¿Tú que has salvado a tantos y no te salvas a Ti mismo? ¿Quién Tú eres?” Lo que pasa que nosotros los hombres y las mujeres de todas las épocas, en medio de nuestra ignorancia y de nuestra incapacidad de alcanzar toda la grandeza de Dios, creemos que Dios actúa como cualquier hombre, lleno de pasiones, lleno de intereses…

No hermanos, Dios en su vida, en su muerte, en su resurrección nos ha mostrado, que el amor de Dios es generoso, se da totalmente y con humildad. Él se entrega, Él no quiere presionar a nadie, Él quiere que todos descubramos que la vida sólo tiene sentido en Él. Y entonces, Él es nuestro Rey. Él es nuestro Rey, Él es el que nos guía, nos precede, el que nos ayuda e ilumina para llegar a la casa de Dios Padre.

Este es un día de esperanza, más que de esperanza fíjense bien, es un día de celebrar lo que ya tenemos, la Gloria de Dios. La esperanza es aquello que nosotros precisamente no tenemos y que deseamos alcanzar. Pero los cristianos en la fe, tenemos la seguridad de que Crista ha reinado, de que Cristo es el Salvador y que la injusticia de este mundo pasará, pero el amor de Dios no pasará.

Vamos entonces nosotros a corresponder a ese amor, vamos a corresponderle tratando de vivir cómo ÉL nos ha enseñado.

Que Dios nos ayude hermanos a vivir así, en este mundo hace falta mucha confianza, mucha fe. En medio de estas guerras difíciles que estamos viviendo, guerras inútiles, innecesarias; nosotros tenemos que tener una seguridad, eso nos lo da la fe. En medio de las necesidades de nuestro pueblo, que no sabemos a dónde vamos, ni a dónde vamos a llegar, nosotros necesitamos la seguridad de que la justicia de Dios llega. Que el Señor quiere para nosotros lo mejor, y que nos da fuerzas para luchar por alcanzar esa justicia, esa verdad.

Démosle a Él todo el honor, el poder y la gloria. Entreguémonos a Cristo, entreguémonos. Digámosle, Tú eres mi único Señor, no hay otro. Ni la riqueza, ni el poder, ni aquellos que se siente más sabios que otros. No. El único poder es Cristo, que es la cruz, que muestra el amor del Padre, y sólo el amor nos puede alcanzar, el bien, la paz y la misericordia.

Que Dios nos ayude hermanos a vivir así.

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