homilía del P. Rogelio Deán Puerta

Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
23 de octubre de 2022
XXX Domingo del Tiempo Ordinario

Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” Lucas 18,8

Mis hermanos,

Hoy la Palabra de Dios nos habla de oración y nos habla de humildad. ¡Qué bueno! que nosotros constantemente estemos ubicando en su justo lugar la oración.

En la primera lectura del libro del Eclesiástico, se nos habla como Dios siempre escucha el clamor orante de la persona que está en dificultades, del pobre, del necesitado. Nuestra tierra cubana ciertamente necesita ahora más que nunca de Dios. Son muchos los dolores, son muchas las dificultades, hay mucha pobreza, hay mucha necesidad; y tenemos ahora más que nunca no solamente orar, sino que duplicar, sino que insistir continuamente siempre más en la oración, y ser conscientes del poder de la oración.

La oración no es lo mínimo que podemos hacer como a veces pensamos, como hay gente que dice, “bueno, sólo nos queda orar”, “bueno, al menos oramos”. No, no es así. La oración es lo más que podemos hacer, y de hecho muchas cosas, muchas cosas que no deberían pasar pasan, porque no oramos lo suficiente, no confiamos lo suficiente en el poder de la oración.

Evidentemente la oración en su calidad, lleva perseverancia. A veces nos da la impresión de que Dios está como sordo, que nuestro Dios no oye, no ve; porque a veces las injusticias, los dolores, las necesidades tan grandes que vemos se prolongan en el tiempo y se agudizan. Y uno se pregunta, bueno, ¿dónde está Dios?, si hemos rezado, si nos hemos vuelto a Él, si le pedimos su ayuda, ¿dónde está? será acaso que no nos escucha.

Dios, mis hermanos, siempre escucha, Dios siempre ve, Dios nos acompaña, nos sostiene y no olvida nada. Es por eso que Dios nos prueba en el tiempo, Dios nos prueba en la oración. Porque aunque muchas veces no lo parezca Dios trabaja, Dios se implica, Dios está implicado en la historia de la humanidad; también en la historia de nuestro pueblo cubano. Nuestro Señor, es el Señor de la historia. Y ahí es que viene la confianza y la fe que tenemos que tener. Nuestro Dios está implicado, nuestro Dios está trabajando; nuestro Dios, aunque a veces no lo veamos, se está ocupando también de sus  hijos cubanos. Y ésta es una certeza que tenemos que tener en lo profundo del corazón.

En la carta del apóstol san Pablo a Timoteo, se nos presenta precisamente el valor de la perseverancia. Qué buen que cuando el Señor nos llame a su presencia, uno pueda decir como Pablo “he corrido bien mi carrera, me he esforzado, he amado, he servido, he luchado por la construcción del Reino, hasta el final”, a pesar de las circunstancias que muchas veces tienden a ser difíciles.

Y qué bueno también darnos cuenta también que no se trata de mi fuerza, que no se trata solamente de mi capacidad, se trata de que yo podré ir adelante más y mejor, en tanto y en cuanto yo esté más cerca del Señor, yo esté más en comunión con mi Dios. Ésa es la garantía de la fuerza. Qué bueno que la perseverancia, a veces degastada por el dolor y los sufrimientos, se mantenga como estilo de vida en nosotros.

En el evangelio de san Lucas, se nos sigue hablando de la oración, pero aquí viene otro elemento muy importante, necesario, y que es pilar de la oración, que es la humildad, Muchas veces miramos a nuestro alrededor y vemos los problemas; y vemos siempre las soluciones, digamos, todas las soluciones fuera de nosotros. Rara vez nosotros vemos las soluciones en nosotros, vemos siempre lo que deben hacer los demás, lo que debe hacer el que vive al lado, lo que debe hacer mi familiar, lo que debe hacer un gobernante; pero también hace falta ver qué debo hacer yo.

En la construcción del Reino de Dios, yo no soy un agente pasivo. Yo tengo que ser un agente activo. Dios cuenta conmigo en la construcción de su Reino, y para eso hace falta humildad. Hace falta ponernos en oración delante del Señor, y sentirme un pecador. Sentirme también necesitado, en primera persona, de un cambio interno. Si yo por medio de la oración no pido ese cambio, no me doy cuenta de lo que tengo que cambiar, difícilmente seré un agente activo en cualquier cambio externo, en cualquier cambio fuera de mí.

El cambio comienza en uno. A veces las circunstancias no cambian tan rápido, pero sí estamos llamados a valorar el tiempo, y en la menor brevedad posible, y con la mayor intensidad, cambiar yo. Normalmente hacemos al revés, queremos que el cambio venga de afuera hacia dentro. No, el cambio comienza en mí, con mis actitudes de vida.

A veces también pensamos que el cambio depende, de mi ubicación geográfica, a veces pensamos que mi felicidad la determina una ubicación geográfica. No, mi felicidad la determina mi unión con el Señor. Mi felicidad la determina mi capacidad de mirarlo a Él, pero también de mirarme a mí, y darme cuenta que yo soy un pecador, que el primero que necesita cambiar, corregir, sanar soy yo.

Por eso el Señor pone de ejemplo al publicano. A lo mejor no era experto en el cumplimiento externo de la Ley, a lo mejor no era un experto en esa ley que vivida con sequedad, que vivida con rutina nos aleja de la esencia del Espíritu del Señor. ¡Ah! pero este publicano se dio cuenta de qué era lo más importante y dónde comenzaba el cambio. Este publicano se dio cuenta de que todos necesitamos cambiar, crecer, y ser perdonados.

Ciertamente cuando uno experimenta el ser pecador y experimenta el perdón de Dios, es mucho más sencillo perdonar a los demás. A veces somos implacables con los demás.

Qué bueno que hagamos como este publicanos. Que seamos humildes en laoración, que vengamos delante de Dios con humildad, que vengamos delante e Dios y de la Madre, la Santísima Virgen de la Caridad, con deseos de crecer; y que ese crecimiento comience en lo más profundo de nuestro ser.

Qué así sea.

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