Irradia

7 de agosto de 2022
Transmitido por RCJ y CMKC, Emisora Provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Domingo XIX del Tiempo Ordinario

No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino” Lucas 12,32

(Música, Aléjense de la avaricia, Javier Brú)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

(Música, Aléjense de la avaricia, Javier Brú)

En la mañana de hoy nos acompaña, Victoria Villarreal, de la comunidad de Santa Lucía.

Muy buenos días: en esta mañana de domingo es una gran alegría poder compartir juntos la Palabra de Dios, fuente de Vida y Salvación Eternas. En la liturgia de este XIX domingo del tiempo Ordinario, luego de advertir a sus discípulos que deben cuidarse de toda clase de avaricia, el Señor Jesús los exhorta a confiar en la Divina Providencia que sabe dar a sus hijos lo que mejor y más necesitan en cada momento.

Escuchemos con atención y disponibilidad el evangelio de hoy, tomado de San Lucas en el capítulo 12 versículos del 32 al 48.

(Lectura del evangelio de san Lucas, capítulo 12, 32-48)

La Palabra de Dios, en el Evangelio de hoy, nos interpela sobre nuestra la manera de relacionamos con los bienes y las riquezas. Lejos de constituir una invitación a cruzarnos de brazos o a dejar de trabajar para conseguir el necesario sustento, la advertencia se coloca en el no dejarnos dominar por el afán de poseer o por los ritmos de trabajo excesivos que tienden a excluir a Dios de la vida diaria, y terminan en definitivas, por distraernos no solo de Él, sino también de nosotros mismos y seres allegados.

Por el contrario, la invitación de este domingo es a acumular un tesoro que no pueda perderse ni corroerse, pero ¿cómo lograrlo? ¿cómo lo hago crecer? Aún más ¿cómo lo protejo? El tesoro simboliza algo de mucho valor. Si hay algo que considero valioso entonces me iré tras ello con todo, así también el Evangelio de San Lucas en el capítulo 12, versículo 34 lo subraya cuando afirma: «allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón» Y ese tesoro para mí puede ser el dinero, el oro, las joyas, pero también cualquier otra cosa, meta, aspiración o persona a la que mi corazón se encuentra totalmente adherido, en la que invierta la mayor parte de mi tiempo o dedique un gran cúmulo de energías.

Hay, entonces, diversos tipos de tesoros. Unos son materiales, otros pueden ser morales o espirituales. El anillo de Gollum en el libro del Señor de los Anillos constituye una representación del influjo hipnotizante que esos tesoros pueden tener sobre nosotros. En esta imagen el personaje de ficción termina consumido y deformado, en cuerpo y mente, por el deseo profundo de poseer el Anillo, un deseo que lo llevaría finalmente a quebrar cualquier límite o promesa. Y es que, hay tesoros, que contradictoriamente no sólo pueden empobrecer sino también degradar. Y es ahí donde la Palabra de Dios nos alerta, pues es de sabios y sensatos, saber dar a cada cosa su valor real y en su justa medida.

En tal sentido Jesús nos arroja algunas pistas: la primera de ellas la confianza en el Padre. Los discípulos debemos aprender a ponernos confiadamente en las manos de Dios y esta exhortación es expresada con palabras muy alentadoras, muy tiernas, Él nos dice: «No temas, pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha tenido a bien darles el Reino». Y esta imagen, esta palabra es preciosa, llega al corazón. En el Antiguo Testamento el rebaño es el pueblo de Israel del cual Dios es el pastor.

En los salmos constatamos cómo los fieles israelitas expresan su confianza en Dios cuando cantan: «El Señor es mi pastor, nada me falta… aunque pase por valle tenebroso, nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan» (Sal 23, 1.4). Es en estos mismos términos en los cuales Jesús se dirige a sus Apóstoles y discípulos para alentarlos a confiar en Dios, para decirles que no deben temer a las dificultades, o las escaseces, que nada debe desalentarlos, pues ellos son la porción elegida por Dios, su pequeño rebaño, al que Dios conduce y concede los bienes de su Reino. 

Él no nos quiere paralizados por el miedo, ni hundidos en el desaliento, ni sumidos en actitudes derrotistas, nada de esto viene de Dios y nos resta capacidad transformativa. Todo lo contrario. Como dijo alguna vez el papa Francisco, Jesús camina “delante, en medio y detrás del rebaño”. Delante para señalarnos el camino; en medio para acompañarnos, y detrás para acoger a las ovejas más débiles y más necesitadas. Y es esta confianza, esta seguridad filial, la que nos empuja hacia delante procurando siempre la mejor manera de ser y hacer mejor. ¨No temas pequeño rebaño¨ nos dice Jesús con ternura pues el Padre, el Pastor Fiel, no se desentiende.

La otra invitación de Jesús es aún más radical. En vez de atesorar en esta vida, los discípulos han de vender sus bienes y distribuir su riqueza entre los más necesitados. De ese modo, afirma, estarán acumulando «un tesoro inagotable en el Cielo donde los bienes invertidos como caridad no se corroen, ni ladrón alguno puede arrebatarlos de nosotros. ¨A mí me lo hiciste¨ también dice el Señor en el capítulo 25 de San Mateo, versículo 40, poniéndose como destinatario de las obras de caridad que realizamos en su Nombre. Cada vez que se auxilia a un enfermo, se viste a un desnudo, se enseña al que ignora, se alimenta a un hambriento, es el propio Jesús vestido de pobre que acude a salvarnos de los apegos desordenados y tesoros aparentes, es Jesús mismo haciéndonos la caridad.  

Y es que, nos también indica, nuestro Padre celestial ha tenido a bien darnos el Reino, un reinado donde es mejor dar que recibir, compartir que acumular, servir que dominar; que cuando irrumpe dentro de nosotros, lo cambia todo. Y todo esto ¿para qué? ¿Para hacernos menos felices? ¿Menos ricos, menos influyentes? No, todo lo contrario; el sueño de Dios para el hombre es que tengamos vida en abundancia, en plenitud y libertad, sin fuerzas ni pasiones que nos dominen, pues Jesús no se conforma con que seamos poco o medio-hombres, sino hombres y mujeres a su medida, con Dios en el centro como don total que capacita para la Vida que crea y plenifica,

Por último, encontramos en la Palabra de hoy la advertencia de vigilar y estar atentos, pues el discípulo de Jesús debe tener el coraje de adherir su corazón, su inteligencia, sus afectos, su voluntad, a lo que más y mejor le conduzca a Dios. El Señor Jesús promete a sus discípulos que Él mismo se ceñirá, los sentará a su mesa y se pondrá a servirles si al volver los encuentra vigilantes. Su “mesa” como un banquete, es una imagen que alude al mesiánico Reino de los Cielos del que nos quiere hacer parte.

Hermanos, antes de concluir este momento de reflexión, les invito a retener aquellos pasajes, palabras, frases, que más nos hayan resonado internamente, para, a lo largo del día, discernirlas, rumiarlas, saborearlas, para que se hagan fuente de Vida y Palabra de Salvación en nuestra realidad. No temamos dejarnos interpelar por el Evangelio, invitemos a Dios a que nos hable de una manera personal y cercana.

Podemos preguntarnos en nuestra oración,

  • ¿Cómo resuenan en mí las palabras de Jesús cuando me llama pequeño rebaño y me exhorta a confiar y no tener miedo?
  • ¿Qué significa en mi vida el estar atento, vigilante, a mis propias tentaciones y mis falsos tesoros?
  • ¿Cómo vivo el reinado de Dios?
  • ¿Cómo me transforma el mensaje que Jesús me regala hoy en su Palabra?

Todo esto lo ponemos en manos del Señor y le pedimos que no pase de largo, que se quede con nosotros, y nos ayude a corresponder su amistad.

(Música, Mi única ganancia, Hna Glenda)

Oremos, hermanos, a nuestro Señor Jesucristo, para que, acordándose de su promesa, escuche la oración de los que nos hemos reunido en su nombre respondiendo a las preces, Escúchanos Señor.

Por la paz que desciende del cielo, por la unión de las Iglesias y por la salvación de nuestras almas, Oremos. Escúchanos Señor.

Por los que trabajan por el bien de los pobres, por los que ayudan a los ancianos y por los que cuidan a niños y desvalidos, Oremos. Escúchanos Señor. 

Por los que están abatidos o sometidos a una prueba, por los que están en peligro, por el retorno de los extraviados y por la libertad de los encarcelados, Oremos. Escúchanos Señor.

Por los que en este momento están orando con nosotros, por los que han pedido nuestras oraciones, por los enfermos y por el reposo eterno de nuestros hermanos difuntos, Oremos. Escúchanos Señor.

Escucha, Señor, nuestras oraciones y haz que nuestros corazones se inflamen en la fe; que esperemos el regreso de tu Hijo como el criado a quien el Señor encuentra en vela, en el momento de su llegada, para que podamos así ser acogidos por Cristo en el banquete eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Ahora recemos con la misma oración que el Señor Jesús nos enseñó, donde aprendimos a llamar a Dios Padre, pero también aprendimos a llamarnos hermanos los unos a los otros.

Padre nuestro que estás en el cielo,

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día.

Perdona nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

Y líbranos del mal.

Amén

Ha sido un gusto, un placer, compartir con ustedes la Palabra de Dios en esta mañana de domingo. Soy Vicky Villarreal, laico de la parroquia de Santa Lucía, y les saludo fraternalmente en Cristo a ustedes y sus familias.

Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos bendiga y nos acompañe esta semana. Amén

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa.

Dirección general, María Caridad López Campistrous.

Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung

Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo

Irradia…

(Música, Escuché la voz, Rabito)

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