Transcripción homilía del P. Juan Elizalde

Párroco de Santa Teresita, Santiago de Cuba
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, 29 de mayo de 2022
Fiesta de la Ascensión del Señor

Yo les enviaré lo que mi Padre ha prometido” Lucas 24, 49

Después de resucitar y de aparecerse durante cuarenta días a sus discípulos, Cristo resucitado asciende al cielo, el Hijo de Dios vuelve ahora al lugar del que vino junto al Padre. Según profesamos en el Credo, Cristo está ahora sentado a la derecha del Padre, toma así posesión del lugar que le corresponde. Y éste hecho provoca la alegría inmensa de sus discípulos, que no sólo comprenden que es cierta la resurrección del Señor, sino que además entienden que Cristo ha vencido realmente la muerte, pues ahora reina para siempre en el cielo.

Del principio del libro de los hechos de los apóstoles hemos escuchado que los discípulos se quedaron mirando al cielo, sorprendidos. Dos hombres vestidos de blanco, que no recuerdan la aparición que vieron las mujeres en el sepulcro en la mañana de la Resurrección, los animan y les dicen, no se quede mirando al cielo pues Cristo ya se ha marchado, ha vuelto a la Gloria, pero volverá de nuevo. Por esto, también decimos en el Credo que desde el cielo ha de volver en el día final.

Hay que destacar la alegría con la que los discípulos volvieron de nuevo a Jerusalén, la alegría de la Resurrección llega su plenitud con la Ascensión de Cristo resucitado de los cielos. Pero la Ascensión del Señor tiene un significado todavía más importante, no sólo es que Cristo ha subido a los cielos, sino que además también nosotros subimos con Él, cada uno de nosotros en concreto; todavía no, pues estamos aquí en la tierra, pero sí nuestra naturaleza humana ha sido elevada al cielo.  

Y esto es algo sorprendente, algo que nunca nadie había podido imaginar anteriormente, algo que supera infinitamente cualquier deseo del hombre; pues el hombre ahora ha entrado en el lugar de Dios. De este modo las puertas del cielo han quedado abiertas para que cada uno de nosotros, cuando nos toque, podamos entrar en él- Esta es nuestra esperanza cristiana, y este es el motivo del gozo inmenso de los discípulos que fueron testigos de la Ascensión del Señor y también de la alegría hoy, en todos nosotros, en toda la iglesia.

En el Evangelio hemos escuchado como Jesús, antes de subir al cielo, recuerda a sus discípulos, cuál era su misión: morir en la cruz, resucitar al tercer día y anunciar en su nombre la conversión de los pecados a todos los pueblos. Y Jesús mismo les manda a sus discípulos, ustedes son testigos de esto. La misión que Jesús nos encomienda, mis hermanos y hermanas es clarísima, aquello que hemos visto, que hemos experimentado en nuestra propia vida cristiana y que celebramos cada domingo en la eucaristía, no podemos acallarlo, no podemos esconderlo para nosotros mismos. Es  necesario que contemos a los demás, lo que hemos visto y oído, somos testigos del Señor.

Esta es la misión de la iglesia y también la tarea de cada uno de nosotros, dar testimonio de la Resurrección de Cristo. Cuánta alegría, cuánta esperanza, la buena noticia que necesita nuestro pueblo, todos los hombres, la humanidad. Donde vayamos con nuestro ejemplo de vida, con nuestra alegría, con nuestras palabras también si fuera necesario, demos testimonio del Señor, de nuestra fe, de la alegría de la salvación que Cristo nos ha conseguido con su muerte y resurrección, y que tenemos las puertas del cielo abiertas por medio de la Ascensión del Señor que hoy celebramos.

Antes de subir al cielo, Jesús prometió de nuevo el envío del Espíritu Santo que será la fuerza, que nos impulsará a salir y a dar testimonio del Señor en el mundo entero. Y esto lo celebraremos el próximo domingo, la solemnidad de Pentecostés. Preparémonos a lo largo de esta semana para recibir este gran regalo, este don que nos dará Dios Padre por medio de Jesucristo Resucitado, que hoy sube al cielo y nosotros, nuestra humanidad también sube con Él. Amén.

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