Irradia

Irradia

15 de abril de 2022
Transmitido por RCJ y CMKC emisora provincial de Santiago de Cuba
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Viernes Santo

“Todo está cumplido” Juan 19,30

(Música, Cruz, Árbol de Vida, P. Jorge Catasús y Kerigma)

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

 

(Música, Cruz, Árbol de Vida, P. Jorge Catasús y Kerigma)

Para la reflexión de hoy nos acompaña el P. Juan Elizalde, párroco de Santa Teresita.

Muy buenos días. Con mucha esperanza podemos compartir, y quiero compartir con ustedes esta reflexión sobre la cruz de Cristo, que contemplemos al crucificado y después nos contemplemos a nosotros mismos. Que este Viernes Santo y esta reflexión, contribuya para que  acercarnos más a Jesús, e introducirnos en ese misterio de su amor y su misericordia que le llevó a entregar su vida por todos nosotros.

Soy el P. Juan Elizalde, de la parroquia de Santa Teresita del niño Jesús en Santiago de Cuba. Escuchemos atentamente el texto bíblico.

(Lectura del evangelio de San Juan, 18, 1-19, 42) 

Contemplamos a Cristo en la cruz, en el crucifijo, en el cual nosotros acabamos aprendiendo de Él, de Cristo, acabamos reconociéndole como nuestro Señor y nuestro Salvador. ¿Qué es lo que vemos cuando miramos el crucifijo?

La cruz de Cristo en el Calvario es el testimonio de la fuerza del mal contra el mismo Hijo de Dios; es el poder del mal que, en estos momentos parece no tener freno. Incluso Aquél que había vencido al mal, en sus diversos medios de presentarse en la historia del hombre, en el pecado, en el dolor, en la enfermedad y hasta en la misma muerte, ahora se ve aparentemente a disposición del mal.

La cruz se levanta sobre la tierra, la cruz que se eleva sobre todos los hombres, que hace que Cristo Redentor, sea al mismo tiempo la más clara manifestación del poder del mal sobre Él, pero a la vez, es la más evidente muestra de que Cristo clava con Él en la cruz el sufrimiento y el pecado de toda la humanidad. Sin embargo, ¡Cristo es inocente!

Él es el único, entre los hombres de toda la historia, libre de pecado, incluso de la desobediencia de Adán y del pecado original.  Es en Cristo, -en quien no conocía el pecado-, donde el pecado se hace, al menos aparentemente, señor de su vida. Es la obediencia de Cristo hasta la muerte, y muerte de cruz, la que hará posible que las cadenas del pecado sean rotas a partir de este momento por todo hombre que libremente se una a la cruz del Salvador.

¡Cuánto amor habrá tenido que arder en el corazón del Señor para ser capaz de vencer la repugnancia del pecado! Es esto lo que vemos: vemos a Jesús crucificado, vemos a Jesús insultado, vemos a Jesús que grita en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Los esbirros se acercan a la cruz, toman las palabras de Cristo como una burla. Unos le dicen que llama a Elías, otros le empapan una esponja en vinagre y le dan de beber, y algunos, en el último chiste macabro, le dicen: “¡Veremos si viene Elías a salvarlo!”.

“Pero Jesús, dando un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos”. Acababa de cumplirse en Cristo hasta la última de las profecías, y por eso, el velo del Santuario que impedía que los fieles viesen al Santo de los Santos, ya no tenía ningún sentido, no tenía ningún porqué, y se rasga en dos.

¿Qué es lo que hace que Cristo llegue hasta ahí? Si hemos visto su alma en Getsemaní y antes de salir al Calvario, ¿cuál es la última de las profecías? ¿Cuál es la última de las obediencias que Cristo tiene que sufrir? “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”, es el grito del salmo que recitaría nuestro Señor como última oración en el Calvario y que podría también, ser para nosotros un momento de especial encuentro en el alma de Cristo.

Al mismo tiempo, Cristo se ve a sí mismo y se da cuenta de que no puede desconfiar de Dios y, sin embargo, está sufriendo la más tremenda de las obscuridades, la más tremenda de las noches del alma, tal parece, que Dios mismo se aparta del alma de Cristo en un misterio insondable, en un misterio irreconocible, en un misterio ante el cual nosotros solamente podemos caer de rodillas y decir: “Creo, Señor, te adoro y te pido perdón, porque toda esa oscuridad, esa noche, la has querido pasar por mí. Perdón Señor.”

Y como quien no quisiera tocar la herida dolorosa de su Señor, pongámonos simplemente de rodillas delante del Cristo crucificado y pidámosle una y otra vez perdón, porque por nosotros, Él tuvo que llegar a sufrir incluso el abandono absoluto de su Padre.

Si nosotros llegásemos hasta ese encuentro, veríamos cómo Cristo nuestro Señor tiene que sufrir en su alma el sentimiento de la más terrible de las injusticias: la ignominia de la muerte, que es la suma debilidad del ser humano al ver cómo su cuerpo se va deshaciendo por medio de la muerte.

¡Qué duro es ver morir a un ser querido, qué duro debe ser esa impotencia de Cristo, sin otro camino que el de la aceptación! Sólo cuando el hombre ha hecho de la cruz la presencia de Dios en su vida, como Cristo, su mente y su corazón verán en la muerte la inclinación profunda de Dios hacia cada uno de los hombres, Él se abaja, se inclina en los momentos más difíciles y dolorosos de cada uno de nosotros.

Cada vez que besamos una cruz, el crucifijo que llevamos en el cuello, el que nos acompaña cada noche en la mesa junto a la cama, no besamos simplemente un instrumento de tortura en el que han muerto miles y miles de hombres a lo largo de toda la historia de la humanidad, besamos el signo que nuestro Señor hizo bendito con su muerte. Bendita cruz.

En la cruz de Cristo, sobre la que viene la muerte en un torrente de impotencia y de amor, nosotros vemos el toque del amor misericordioso y eterno de Dios sobre las heridas del pecado, que son las que de verdad causan el dolor en la experiencia terrena del hombre. El alma de Cristo, imponente ante la muerte que ve venir, sabe que es el toque de amor eterno de Dios sobre la oscuridad de su debilidad como hombre, y de nuestras debilidades. Las debilidades de cada hombre y del mundo.

Mis hermanos… no son necesarias muchas palabras en este día de Viernes Santo. Dios lo ha dicho todo. Dios lo ha dado todo por Cristo, con Cristo y en Cristo. Además, la cruz, ya lo dice todo. Jamás, Dios, en tan poco espacio de tiempo, había hecho tanto por el hombre. Contemplar y meditar su Pasión es suficiente, reconforta, ponemos ante nosotros la Pasión de Cristo; pero la Pasión de Cristo es la pasión de cada uno de nosotros, la pasión de nuestras familias, la pasión de nuestro pueblo y nos da cien mil vueltas a lo que nosotros, con mil explicaciones, quisiéramos decir y completar en esta hora de muerte, pero también de esperanza.

Palabras cortas, la tradición pone siete en los labios de Jesús, en este momento de la cruz, donde -en el cielo- Alguien parece haberse vuelto loco para permitir tanto en favor de nosotros los hombres. ¡Qué amor tan grande, exagerado, desmedido, incondicional de Dios para salvarnos!

Escasas palabras las de Cristo en la cruz hermanos, hacen falta hoy Viernes Santo. La cruz, nuestra cruz, lo explica y lo llena todo. Es el mejor anuncio y grito por el que podemos escuchar la profundidad del amor y la misericordia de Dios sobre la humanidad. La cruz es la mejor vidriera, o la mejor fotografía del auténtico rostro de Dios en Jesús y en medio de nosotros. El amor gigante de Cristo se palpa, se siente, se visualiza en un lenguaje que todos entendemos: Él se entrega hasta morir. Se entrega por amor y con amor.

Por eso, ¡Danos, oh Cristo, también a nosotros, esa fuerza que te ha hecho soportar el cruel madero de la Cruz! Descúbrenos, Señor, el secreto que te ha permitido ser fiel hasta el final. Aún en medio de ingratitudes y desprecios. Ábrenos, Señor, al Misterio que nos revelas en nuestras cruces, en nuestras enfermedades, en nuestro sufrimientos y desvelos, en nuestras faltas de fe y de esperanzas, sin tapujos ni vergüenza, en la soledad del Calvario. ábrenos Señor al misterio que nos revelas en la soledad del calvario y en nuestras personales soledades.

Hermanos míos, sólo Dios, vive en el corazón de Cristo. Sólo a Dios, Jesús, buscó, amó y sirvió con toda su alma y con todas sus fuerzas. ¿Podemos pedir más? ¿Qué nos sugiere la Pasión y Muerte de Jesús en este Viernes Santo? ¿Qué motivaciones y sentimientos despierta en nosotros Jesús colgado de la cruz, clavado de pies y manos? Esta mirada, ¿Nos lleva a Dios? La cruz de Jesús, ¿Nos sigue hablando del amor de Dios o, tal vez, la cruz se ha quedado como amuleto en el pecho o en la cartera de alguno o como simple adorno?

Es Viernes Santo. Dios lo ha dicho todo. Dios lo ha hecho todo. Dios lo ha dado todo… por dar, nos ha dado hasta lo más grande y único que poseía: a su Hijo único, a Jesucristo.

En la actual crisis que vive el mundo: la pandemia del coronavirus, la guerra entre Rusia y Ucrania, los conflictos sociales, el odio, las disputas de las familias, las envidias, los rencores, la agresividad… En esta actual crisis que vivimos todos tenemos que recuperar, con todo lo que ello conlleva, el símbolo de la cruz. Para vivir, conocer y dar testimonio de nuestras convicciones cristianas es necesario dejarnos traspasar por esa gran lección de generosidad, de negación, humillación y obediencia que Jesús nos enseña desde ese alto escenario formado con dos maderos: la cruz.

No nos podemos conformemos con el hecho de que sea un signo universal más o menos conocido. Para nosotros, el Viernes Santo, es algo que ha de conformar y configurar nuestra propia existencia.

¡Qué bien lo expresó San Pio de Pieltrecina!: La Cruz nunca aplasta. Si su peso te hace tambalear, su potencia te endereza. Sí hermanos y hermanas, subamos al Calvario llevando nuestra cruz, con la convicción que este camino difícil nos conduce al encuentro con nuestro Señor y Salvador.

Que así sea.

(Música, Oh cruz fiel, DR Tony Rubí)

Vamos a orar al Señor, junto con toda la iglesia. Vamos a tomar las oraciones universales que en todas las iglesias del mundo hacemos hoy. A cada una de las oraciones nos uniremos rezando y pidiendo, Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Oremos,  por la santa Iglesia de Dios, para que el Señor le conceda la paz y la unidad, la proteja en todo el mundo y nos conceda una vida serena, para alabar a Dios Padre todopoderoso.  Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Oremos por el Papa Francisco., para que Dios nuestro Señor, que lo eligió entre los obispos, lo asista y proteja para bien de su Iglesia, como guía y pastor del pueblo santo de Dios. Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Pidamos por todos los que recibirán el bautismo, la comunión  y la confirmación en esta Pascua, para que Dios nuestro Señor los ilumine interiormente y les comunique su amor. Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Oremos por todos los hermanos, los hermanos de todas las iglesias que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor les conceda vivir sinceramente lo que profesan y se digne reunirnos para siempre en un solo rebaño, bajo un solo pastor que es Cristo. Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Vamos a pedir por el pueblo judío, por todos los países en conflicto, porque el Señor que se ha dignado dirigirnos su palabra de paz y de amor de unos por otros, les conceda progresar continuamente en el amor a su nombre y en fraternidad universal. Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Oremos también por los que no conocen a Dios, para que obren siempre con bondad y rectitud, y puedan llegar así a conocer a Dios. Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Por los jefes de Estado y todos los responsables de los asuntos públicos de los países, para que Dios nuestro Señor les inspire decisiones que promuevan el bien común, en un ambiente de paz y libertad. Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Pidamos para que Dios libre al mundo de todas sus miserias, dé salud a los enfermos y pan a los que tienen hambre, libere a los encarcelados y haga justicia a los oprimidos, conceda seguridad a los que viajan, un pronto retomo a los que se encuentran lejos del hogar y la vida eterna a los moribundos. Muéstranos Señor, tu amor y misericordia.

Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fortaleza de los que sufren, escucha a los que te invocamos en nuestras tribulaciones, para que experimentemos todos, la alegría de tu misericordia, por Jesucristo nuestro Señor. Amén

Como Jesús en el calvario, que levantó su grito, sus ojos y su corazón a Dios su Padre, nosotros decimos juntos:

Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

así en la tierra como en el cielo.

Danos hoy el pan de cada día.

Perdona nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación,

Y líbranos del mal.

Amén

Mis queridos hermanos y hermanas he tenido mucho gusto de juntos hacer esta reflexión hoy Viernes Santo. La iglesia en este día no da la bendición. Solamente hace una oración sobre el pueblo, inclinen sus cabezas y sobre todos ustedes haré esta súplica, esta oración sobre todos.

Envía Señor tu bendición sobre estos fieles tuyos que han conmemorado la muerte de tu Hijo, y esperan resucitar con Él. Concédeles tu perdón y tu consuelo. Fortalece su fe, acrecienta su esperanza y condúcelos mediante el amor a su eterna salvación. Por Jesucristo nuestro Señor. R/Amén.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Medios de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Guión, grabación, edición y montaje, Erick Guevara Correa

Dirección general, María Caridad López Campistrous

Fuimos sus locutores y actores, Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung

Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA

(Música, Bendito seas Jesús, Tony Rubí)

SHARE IT:

Leave a Reply