Irradia

Irradia

7 noviembre de 2021
Programa Radial de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba
Transmitido por RCJ, el Sonido de la Esperanza y CMKC, emisora provincial
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

 “Les aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie”. Marcos 12, 43

(Música, Esa pobre viuda, Javier Brú)

 

Para llegar a ti como una bendición, para abrir tus alas al amor de Dios.

Irradia. Un proyecto de la Oficina de Comunicación de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Saludos a todos los que nos acompañan en este día en que venimos a compartir la fe con nuestra comunidad.

Bienvenidos a este encuentro fraternal con la iglesia toda, como cuerpo místico de Jesús.

Irradia está contigo, irradiando la fe.

(Música, Esa pobre viuda, Javier Brú)

 En esta mañana nos acompaña el padre Rafael Ángel López Silvero, párroco de la Santa Basílica Metropolitana Iglesia Catedral de Santiago de Cuba.

Dios Omnipotente y Misericordioso aparta de nosotros todos los males, para que con el alma y el cuerpo bien dispuestos, podamos con libertad de espíritu, cumplir lo que es de tu agrado. 

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, les habla el P. Rafael Ángel, un gusto como siempre, un placer, una alegría poder compartir con ustedes este domingo; domingo treinta y dos del Tiempo Ordinario. El evangelio de hoy está tomado del evangelista san Marcos, en el capítulo 12, versículos del 38 al 44.

 (Lectura del evangelio de San Marcos, capítulo 12, 38-44)

La primera lectura de hoy está tomada como siempre, las primeras lecturas del domingo son tomadas del Antiguo Testamento, del primer libro de los Reyes. Nos lo presenta el profeta Elías. Estaban pasando en aquel tiempo por una gran sequía y lo que ésta trae consigo, de necesidades, de hambre, de dificultades para todos, pero particularmente para los menos favorecidos. Elías va a la casa de una viuda, con un hijo, sola; esta viuda lo recibe en su casa y Elías le pide un vaso de agua. Ella va a buscarlo, pero le añade, por favor tráeme también un poco de pan.

Me imagino el dolor en el corazón de aquella mujer a todas luces generosa, que recibe al profeta, porque no puede. Le dice, te juro por el Señor, tú Dios, que no me queda un pedazo de pan, tan solo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija; ya ves que estaba recogiendo unos cuantos leños, voy a preparar un pan para mí y para mi hijo, nos lo comeremos y luego moriremos. Así, uno lo lee y se imagina con qué sentido profundo, con qué dolor profundo, esta mujer diría estas palabras al profeta, para mí y para mi hijo, nos lo comeremos y luego moriremos.

Pero él le dice, no temas, anda y prepáralo como has dicho, pero primero haz un panecillo para mí. Y esta mujer no se cuestiona, como quizás hubiéramos hecho nosotros, pero este hombre no me ha oído decir lo que le he dicho, y todavía insiste en que le prepare un panecillo cuando lo que tengo apenas alcanza para mi hijo y para mí, y después no tenemos nada más. Sencillamente va y lo hace, conforme el profeta le ha dicho. No temió.

Y nos dice el final de este fragmento del primer libro de los Reyes, que ni la vasija de aceite se agotó, ni la tinaja de harina se vació. Porque al Señor en generosidad no hay quien le gane, esta mujer fue generosa. Generosa no con lo que le sobraba, generosa con lo que necesitaba para compartirlo con aquel hombre que venía de camino, y que quizás tampoco tenía otra cosa de comer. No lo pensó dos veces cuando el profeta le dice, no temas. Y no temió, y su confianza no quedó defraudada, porque no le faltaría qué comer, porque al que da, nunca le falta.

A veces parecen frases hechas, esas frases bonitas que decimos para adornar, pero es realidad, lo experimentamos en nuestra vida. Cuando estamos dispuestos a dar generosamente, nunca nos falta. Lo que pasa es que no queremos experimentarlo, tememos. En momentos difíciles como los que vivimos, tememos. Y queremos guardar, y en vez de abrirnos a la generosidad, nos cerramos en nosotros mismos. Porque… ¿y mañana?… ¿y si no tengo?… ¿qué le doy a mi familia?… ¿qué puedo tener yo? Y nos olvidamos de las necesidades de los demás.

El Evangelio de hoy no es una parábola, es una historia, es un testimonio. Jesús está sentado frente a donde la gente echaba sus limosnas para el templo, y ve desfilar a muchos, algunos ricos que echaban una gran cantidad de dinero, pero también ve a una viuda, que se acerca y echa dos moneditas de poco valor, y hace lo que no hizo cuando vio a los que tenían mucho echar mucho. Llama a sus discípulos y les dice, yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Ellos se preguntarían por qué, cuando hay tantos que han echado cantidad de dinero, ¿cómo vas a decir que esta viuda que echado dos monedas que no valen nada es la que más ha echado de todos? Pero Jesús les da la respuesta, porque los demás han echado de lo que les sobraba, pero ésta en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Entonces, son momentos en que nosotros cristianos tenemos que cuestionarnos. ¿Cómo vivimos estos momentos? ¿Estos momentos los vivimos encerrándonos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo? Comprensible, pero nuestro egoísmo ¿buscando sólo para mí y para los míos, dejando de mirar a mi alrededor a aquellos que necesitan quizás más que yo? Y que necesitan ahora, no dentro de un rato, no mañana, no después, necesitan ahora. ¿O este tiempo, estas necesidades, estas dificultades, me hacen comprender lo que sienten los demás, me hacen comprender lo que necesitan los demás? ¿me hacen comprender lo que es tener que buscar algo y no encontrarlo, no saber a dónde mirar, no saber a dónde tender la mano? Y entonces estar dispuesto como la viuda de Sarepta o esta viuda del Evangelio de hoy, a compartir no lo que me sobra, porque no me sobra nada, compartir lo que necesito para vivir, compartir confiado en el Señor.

El Señor que como hemos rezado en el Salmo responsorial de hoy, el salmo 145, siempre es fiel a su palabra y es quien hace justicia a los oprimidos, proporciona pan a los hambrientos, libera al cautivo. No porque el Señor venga a hacer lo que tenemos que hacer nosotros, no porque el Señor venga a resolvernos todos los problemas, no. El Señor nos va a dar la fuerza, nos va a dar la luz para poder encontrar el camino, para poder cada día, trabajar, luchar, esforzarnos; pero también, para poder cada día compartir de aquello que hemos encontrado y ayudar a los demás. Sin preguntas, porque siempre encontramos justificación, ¿y éste por qué no tiene? ¿por qué no buscó si yo busqué, por qué no trabajó si yo trabajé, por qué no hizo? Hay momentos en que no podemos preguntarnos, aunque sepamos las respuestas de las preguntas, hay veces que hay que abrir el corazón y tender la mano sin más.

Es verdad que más que dar un pescado, es bueno enseñar a pescar, porque el pescado se agota y cuando enseñamos a buscar lo que necesitan por sí mismos lo podrán hacer siempre. Pero eso será después, en este momento necesito darle el pescado, la mitad del pescado, la cola del pescado… porque no puedo esperar a enseñarle, aunque sé que tengo que hacerlo. A veces más vale equivocarse. Cuántas personas vienen a buscar y pensamos, ¿realmente lo necesitan, realmente lo va a utilizar para lo que lo ha pedido, me estará engañando? Pero a veces es preferible que nos engañen antes que dejar de dar al que verdaderamente necesita.

Entonces pidámoslo así, pensemos, reflexionemos. ¿Cómo vivo este tiempo? ¿Qué hace de mi este tiempo? ¿Una persona egoísta, encerrada o me ayuda a descubrir el dolor, el sufrimiento y la necesidad de los demás desde mi mismo, y me lleva a compartir lo poco o lo mucho que tengo? Sobre todo, a compartirme, porque hay tanta gente que más que nada necesita compañía, necesita una palabra de aliento, necesita una mano que tome su mano y la apriete fuerte, para decirle estoy aquí contigo, caminando contigo, como el Señor camina con todos. Que así Él nos lo conceda.

                                                                       (Música, Dios te lo pido, Ricardo Montaner)

Ahora hermanos, presentemos confiadamente nuestras súplicas a Dios nuestra Padre, sabiendo que Él siempre nos escucha, que Él siempre nos responde. No siempre nos da lo que pedimos, pero siempre nos da lo que necesitamos y más nos conviene.

En primer lugar, pidamos por la Iglesia, de la que somos parte todos y cada uno de nosotros, para que seamos signos del amor y de la misericordia de Dios para con los más necesitados de manera particular, en este mundo. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos por todos los que sufren y se desesperan ante las dificultades de la vida; para que puedan encontrar en Cristo consuelo, fortaleza, esperanza, y en nosotros cristianos corazones y manos dispuestas siempre a tenderse para ayudar. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Pidamos también por las vocaciones sacerdotales, religiosas, diaconales. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Por todos los enfermos, particularmente los enfermos del coronavirus, para que encuentren la salud del alma y del cuerpo. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Por todos los difuntos, de manera especial aquellos que no tienen quien rece por ellos, para que el Señor, perdonando sus faltas los acoja en su descanso. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor. 

Y los unos por los otros, para que encontremos en el Señor la fuerza para que estos tiempos difíciles nos hagan generosos, capaces de compartir y compartirnos. Roguemos al Señor. Te lo pedimos Señor.

Escucha Padre Santo estas súplicas y aquellas que han quedado en nuestros corazones pero que Tú conoces. Te las presentamos por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

Y ahora oremos con la oración que el mismo Señor nos enseñó, el Padrenuestro. Aprendimos en él a llamar, a sentir, a experimentar a Dios como Padre, pero también tenemos que aprender en ella a sentir, a experimentar al otro como hermano.

Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad,

así en la tierra como en el cielo.

Danos hoy el pan de cada día.

Perdona nuestras ofensas,

Como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación,

Y líbranos del mal.

Amén

 Hermanos que tengan todos, un feliz domingo y una muy buena semana. Que durante esta semana reflexionemos sobre las lecturas de hoy, sobre la viuda de Sarepta, o la viuda que echó sus moneditas en el tesoro del templo, pidiéndole al Señor que también nosotros sepamos dar y compartir, no de lo que nos sobra, sino de lo que necesitamos, que seamos capaces de abrir el corazón a la generosidad para con nuestros hermanos, que sepan que siempre en nosotros pueden encontrar quien dé, hasta donde es posible, de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, de acoger al caminante, de preocuparse por los enfermos y no olvidarse de los presos que tanto lo necesitan.

Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre. Amén.

He compartido con ustedes, el P. Rafael Ángel de la Catedral de Santiago de Cuba.

Con mucho gusto hemos realizado este programa para ustedes desde la Oficina de Comunicación, de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.

Guion, grabación, edición y montaje: Erick Guevara Correa

Dirección general: María Caridad López Campistrous

Fuimos sus locutores y actores. Maikel Eduardo y Adelaida Pérez Hung

Somos la voz de la Iglesia católica santiaguera que se levanta para estar contigo… IRRADIA 

(Música, Siempre estás, Majo Solís)

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