Homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez

Homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez

Eucaristía XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
24 de octubre de 2021

 

“Jesús le dijo, ¿qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó, Maestro que pueda ver”. Marcos 10, 51

 Hermanos,

Las lecturas de hoy está centrada en este texto del Evangelio de Marcos, que también se repite en los otros evangelios sinópticos de Mateo y de Lucas. Nos habla de este ciego, se dice también ciego de nacimiento, el hijo de Timeo, se llamaba Bartimeo.

Es una imagen, al principio decía que vamos a pedirle al Señor que nos abra los ojos del entendimiento y del corazón, no solamente lo físico que hace mucha falta, sino de aquello que nos hace intuir el sentido de las cosas, descubrir en profundidad el porqué de cada cosa de la vida, de la existencia, de la vida, de la muerte. Y decía que hay que pedirle a Dios esto pues nos confundimos mucho, y ustedes saben bien que podemos progresar, podemos caer, podemos confundirnos, hay que tener los ojos abiertos, no solamente los físicos, sino también los del espíritu para conocer la realidad de las cosas.

En la primera lectura de Jeremías, un texto lleno de optimismo y esperanza, dice que Dios misericordiosamente se acuerda de su pueblo, no lo abandonará y que llega el momento en que regresarán todos. Comienza diciendo los ciegos, los cojos, y todo el resto de Israel, las preñadas, las paridas, una multitud enorme que va a retornar. ¿Por qué? Porque Dios es misericordioso y dice yo seré su Dios, su Padre.

El salmo va en la misma línea, el salmo es un cántico de alabanza y de acción de gracias, se alaba la misericordia de Dios, “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres… Cuando cambió la suerte de Sion nos parecía soñar” Vivían aplastados, fuera de su tierra, vivían pisoteados política, religiosa, y socialmente; sin embargo, ellos descubren que Dios les da la mano, que Dios se compromete con ellos, “el Señor ha estado grande conmigo”. Es alabando la misericordia de Dios. Fíjense bien, todos van, aun los ciegos, todos reciben la misericordia de Dios, por eso es que pueden llegar a su tierra, y ellos saben que el Señor será su Padre.

La carta a los Hebreos va en la misma dimensión. ¿Cómo es que Dios salva a su pueblo? En aquel momento las condiciones sociales, políticas, económicas, lo que sea, hicieron posible que se cambiara precisamente porque el gobernante hizo caso a Dios, y permitió que el pueblo llegara de nuevo, habitara de nuevo Jerusalén y su entorno. Ahora ellos saben que Dios es misericordioso, y saben cuál es el culmen de la misericordia; pues lo máximo de la misericordia es que entregó a su propio Hijo para salvarnos. Aquel que era en todo igual a nosotros menos en el pecado, se hizo un hombre como cualquier otro repitiendo de nuevo menos en el pecado, para salvarnos. Entonces dice, Él es misericordioso porque Él nos entiende, porque él vivió la experiencia humana, y Él sabe lo frágiles, lo difíciles que las circunstancias se ponen, y como también nosotros muchas veces nos dejamos arrastrar ciegamente y nos apartamos de Dios.

En este texto dice, “los sacerdotes pueden ofrecer muchos sacrificios y raciones, pero lo ofrecen por los pecados del pueblo y por los pecados del propio sacerdote”. Cristo solamente se ofrece Él, se entrega Él, por los pecados de los hombres, porque Él es el sin pecado, Él es el Hijo de Dios que se hace hombre, así por la misericordia de Dios, pro el amor de Dios para salvarnos a nosotros. Él nos entiende. Entonces, no desfallezcamos, el Señor nos entiende, lo que nosotros tenemos que poner de nuestra parte para caminar en sus sendas.

Ahora bien, viene este pasaje del ciego. Este hombre ciego de nacimiento oye que viene Jesús, dice que venían los discípulos y una multitud grande, imagínense la fama que Jesús tendría de sanar, y el ciego no quiere perder la oportunidad. ¿Quién es? Jesús el que pasa, y ahí viene, “Jesús hijo de David, ten compasión de mí”, una vez, y otra vez, y otra vez; como aquella mujer que le tocaba el manto a Jesús, “si yo toco el manto, Él me va a curar”. Él gritaba y los discípulos lo apartaban, “no lo molesten”, y él seguía. Hasta que el Señor les dijo, “díganle que venga”. “¿Qué tú quieres? Señor que vea; muy bien, pues ve”. Y al final doce, que es muy importante, “Anda, tú fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y le seguía por el camino”. Fíjense bien “recobró la vista y le seguía por el camino”.

Hay muchos pasajes evangélicos de la vida de Jesús, que cuando Él hace un milagro, el que recibe el milagro no solamente recibe el milagro físico de sanar algún defecto físico que tuviera, sino también recibe el milagro de la fe. Constantemente en el evangelio nosotros vemos que después de un milagro, de esos grandes como devolverle la vista a un ciego, pues esa persona se da cuenta de que Ése que está ahí, por lo menos, tiene un gran poder. Hay pasajes que repiten, “tú eres el Hijo de Dios”. Ya este hombre tenía una fe tan grande que decía, tú eres hijo de David. ¿Quién era hijo de David? Aquel que vendría a salvar al pueblo, ése era el hijo de David. Ya tenía esa fe grande y en esa fe grande fue curado.

Pues bien, hermanos, vamos a ver. La vista, tan importante. Todos son importantes, fundamentales, pero la vista tiene una connotación muy especial. Le pedimos a Dios que nos de la visión, no solamente para ver la realidad que es muy importante porque somos cuerpo, y tenemos que valernos de los sentidos para descubrir la creación, lo que está al lado nuestro, descubrirnos y conocernos unos a otros; pero si nos quedamos solamente ahí nuestro conocimiento es muy limitado. Lo más que podemos decir es el conocimiento que alcanza a la cultura y a la formación que tiene esa persona y lo que ella sea capaz de ver. Una persona que conoce mucho de una materia, ésa ve más que yo de esa materia particular. Ahora que estamos en el problema del virus, cuántos científicos se ponen a hablar de palabras raras y de situaciones difíciles, de que si hay una nueva sepa, de que no hay, de que el coronavirus y unas esporas… ninguno de nosotros creo yo, sabemos de eso, no vemos, pero están; esos científicos ven.

Por eso, eso de yo creo lo que veo, es una falacia, una tontería. Les voy a contar una pequeña anécdota que a mí me marcó. Estábamos en el Seminario de La Habana, y cuando venían las fiestas grandes, la Caridad no tanto porque estábamos de vacaciones, pero sí San Lázaro, al Rincón siempre fui a hacer pastoral el 16 y el 17… La Merced que quedaba cerca del Seminario… el día de la Merced se hacía una cola enorme, la cola podía tener tres cuadras; esa cola se hacía porque los devotos a la Virgen de la Merced entraban sin pararse, y eso duraba el día entero, me imagino que por la pandemia estos años no se ha podido hacer. Y esa cola, en la calle tres cuadras, entraba en el templo sin pararse, las personas subían pues se puede subir al altar donde está la Virgen, la gente pasaba, veía a la Virgen, oraba un momentico en silencio sin detenerse y bajaban por el otro lado. Yo me metí en la cola, y también subí. Había unos muchachones, acuérdense en aquella época, los años ochenta y pico, imagínense cómo estaba la situación con respecto a la fe, a la religión… había unos muchachos y muchachas que creían que lo sabían todo y que tenían dominado el mundo, y entonces en voz alta, una falta de respeto, comentaban y por qué tanto, la gente para subir a ver una Virgen… Y recuerdo que una señora, que se ve era de pueblo, se viró y les dijo ay, pero que equivocados están ustedes, fue así, ¿ustedes sólo creen en lo que ustedes ven? Están perdidos porque si solamente creen en eso, en que poca cosa ustedes creen, todo eso tiene otra realidad detrás. En estas u otras palabras, pero en un sentido muy popular que todo el mundo entendió, y ella lo dejó caer; y claro los muchachones aquellos se callaron la boca, se dieron cuenta de que habían metido la pata.

A lo mejor una persona que sabe mucho, un teólogo, da explicaciones de esto o lo otro; pero esa mujer fue a lo inmediato, ¿Tú solamente crees en lo que ves? ¿En las cosas, lo que la ciencia te dice hoy y mañana tú no sabes? ¿Y todo lo que te falta? Esa mujer fue muy sencilla.

Entonces hermanos nosotros tenemos que pedirle a Dios que nos de la gracia, que nos de la luz, la vista de la inteligencia y del corazón, para descubrir el sentido de las cosas, el sentido de cada cosa. El sentido del sufrimiento, este un tema que a lo mejor yo repito, pero me parece que esa es la esencia de la vida; el sentido del sufrimiento, de la alegría, del amor paternal, maternal, filial, el sentido de la justicia, ese sentido de la realidad, que Dios nos lo de porque podemos confundirnos. Por eso muchas personas adoraban a un ídolo, ¿por qué?, porque se confundían y veían la grandeza de la creación… y entonces eso es un ídolo hecho por las manos. Otras personas, no es con un ídolo, pero idealizan a otra persona y todo lo que esa persona dice es cierto, es verdad y hay que seguirlo… lo convirtieron en dios. No, hay que darse cuenta que la creación es de Dios, que gratuitamente la creó para que nosotros podamos utilizarla, conservarla, quererla, hacerla producir y que nosotros hemos venido al mundo porque el Señor nos quiso regalar la vida para que viviéramos junto a Él. Si no tuviéramos esa visión del sentido de las cosas, nosotros podríamos compararnos con cualquier otra obra de la creación. Pero tenemos conciencia, capacidad de amar, sufrir, y hasta de odiar desgraciadamente, porque el mal se mete.

Entonces lo primero es Señor dame sentido, dame la vista para yo descubrir el sentido de mi existencia, que yo he venido al mundo por obra tuya para alcanzar alguna vez a salvación. Es decir, ese deseo de que Dios me dé la fuerza, la inteligencia, pero eso brota del corazón, de conocer que la vida tiene un sentido que no es nacer y morir.

El otro es descubrir a Jesús. Que el Señor nos abra la inteligencia para que cuando leamos los textos del evangelio, nosotros descubramos que es Palabra de Dios. Al descubrir el sentido sabemos que hay un Dios presente, después nos damos cuenta que ese Dios por la Revelación es personal, es capaz de interactuar conmigo, Dios me ama, y yo lo amo a Él. Él ama todas las cosas, pero me ama a mí de manera personal. Qué sepamos descubrir que ese Jesús es el Hijo de Dios, hace falta esa visión interior que nos haga reconocer humildemente que somos creaturas, y que hay un Dios por encima de nosotros, hay que reconocer eso. Y ese Dios, es Cristo el Señor, nuestro único Salvador, que se manifiesta a través de su presencia que se hizo hombre entre nosotros, que nos dejó las Escrituras para que nosotros le conozcamos mejor. Danos la luz de la sabiduría para reconocer a Cristo como mi Salvador.

El otro punto en que tenemos luz al Señor es para descubrirlo, no solamente como mi Salvador, y como el Salvador de todo lo creado, Aquel que muere en la cruz para salvarnos; sino para descubrir que está presente hoy en mi vida, Él está presente aquí y yo sí puedo tocarlo. ¡Cómo que tú puedes tocarlo? Sí, yo puedo tocarlo. ¿Dónde nosotros vemos y descubrimos la presencia de Dios? Ya lo dije, en su Palabra, ahí lo descubrimos; en la Santa Misa cuando se hace presente bajo la forma del pan y del vino, esa es la fe en la Eucaristía, Cristo está presente. En el Sagrario, cuando bajamos al templo y sé que Él está ahí, sé que Él está ahí; en la comunidad cristiana, que a pesar de nuestros pecados sabemos que el Señor Jesús está ahí para animarnos, donde haya dos o tres reunidos en mi Nombre ahí estaré yo.

Para eso hace falta visión de fe. Primero esa visión de descubrir el sentido de las cosas, la visión para entender la Revelación y después la visión de saber que Él está en los cielos, pero está con nosotros de todas esas maneras que Él quiso quedarse. Él está presente cuando vemos a un pobre, todo lo que le han hecho a ése, me lo han hecho a mí, bien o mal; pero hay que tener fe para descubrirlo, porque si yo no tengo fe en que cuando yo vea a un pordiosero estoy viendo el rostro de Cristo… entonces a Dios lo tengo presente en determinadas realidades, pero no en las realidades fuertes y profundas de la vida. Como San Francisco de Asís, que cuando vio al leproso se dio cuenta que tenía que tratarlo como si fuera Cristo.

Entonces hermanos, pedirle a Dios la luz para encontrar sentido a nuestra vida, pedirle a Dios la luz para saber que Cristo está presente con nosotros y que es nuestro Salvador, esa es la fe que nos da la Revelación; y pedirle a Dios también esa fe que me dice, yo puedo reconocer a Cristo hoy en medio del mundo, a pesar del mal que hay en el mundo Cristo está presente, en cada persona humana Cristo está presente lo que pasa que hay veces que no lo tenemos en cuenta y lo rechazamos. Cristo está presente, somos hechos a imagen y semejanza de Dios.

Vamos a pedirle al Señor eso, que analicemos nuestra vida y cada uno de nosotros, en nuestra casa, cuando vayamos al trabajo, en los momentos de ocio, de descanso, ¿Señor yo te descubro? ¿Yo te descubro en la eucaristía?, ¿yo dedico tiempo a orar en la eucaristía, yo dedico tiempo a meditar tu Palabra?, ¿yo dedico tiempo también a fijarme en el otro, en el pobre? Mi padre, mi madre, ése es mi hermano, mi hermana, Cristo mismo que está ahí. Vamos a pedirle al Señor que nos ilumine, que nos abra los ojos, pero eso solamente se puede hacer si le seguimos. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. Que el Señor nos ayude a que en nuestro camino Él siempre esté presente de tal manera, que lo podamos reconocer.

Que el Señor nos ayude a todos a vivir así.

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