Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez

Eucaristía XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
5 de septiembre de 2021

“Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete» … Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos»” Marcos 7, 34, 37

Hermanos,

En este domingo seguimos como segunda lectura la carta del apóstol Santiago. Recordemos que el apóstol Santiago como dijimos el domingo pasado era judío (como eran Jesús, todos los apóstoles y la Virgen), que vivían allí en Palestina, allá en Judea;

era un hombre que se quedó al frente de la comunidad de los cristianos allí en Jerusalén, pero era un hombre muy práctico. Él iba a los problemas, yo me imagino que a lo mejor caería un poquito pesado, porque ustedes saben bien, que cuando a nosotros nos dicen las verdades, muchas veces nos duelen y entonces por un lado nos sentimos disgustado, por otro lado nos sentimos por dentro pues es la verdad, por otro lado no tengo fuerzas para pasar por encima de lo que están diciendo. Pero Santiago tenía problemas, Santiago iba a los episodios claros. Y éste, es uno de ellos.

Todos hemos aceptado de parte de Dios que todos somos iguales, todos somos hijos de ÉL, todos. Lo aceptamos. No hay un cristiano que no acepte que somos iguales, que somos hijos de Dios. Quizás un no creyente dirá todos somos iguales, aunque también hay personas que puedan decir que somos diferentes, que yo soy mejor que tú. Entonces, eso es una manera de vivir, que no debe ser la del cristiano, pero nos sentimos muchas veces contrariados por eso. Santiago, toca este tema, no junten la fe en nuestro Señor Jesucristo con la acepción de personas. Yo diría que aquí está el mundo, porque el mundo sí divide y nosotros a veces desgraciadamente a veces lo hacemos.

El mundo se divide en un país y otro, el mundo se divide en que yo sé más que tú, el mundo lo divide el que yo tengo más poder que tú, y entonces hago y obligo a la gente a hacer lo que yo crea, el mundo lo divide el que tú pienses diferente a mí, divide racialmente, divide el campo y la ciudad… Esas divisiones las ponemos nosotros, pero si todos somos hijos de Dios esas divisiones no deben de existir. Hermanos yo creo que toda persona de buena voluntad piensa eso, creo yo, ojalá sea así.

Santiago que se da cuenta de que estas ideas permean a la comunidad cristiana, porque en algún momento era yo soy judío, tú no eres judío; a lo mejor en este momento yo pienso de esta manera y tú lo contrario, por lo tanto, tú no puedes expresar tu opinión…  No, Santiago les toca, y les dice, fíjense bien no se puede hacer acepción de personas, y pone el problema de la sociedad del que se ve arriba y del que se ve abajo; que casi siempre es el pobre el que se ve abajo, el de arriba muchas veces tiene el poder y tiene el dinero. Entonces, vasa a un templo, vas a un lugar, y entonces al que mejor se viste, a ése sí ven y siéntate; en cambio al otro, que es quizás el que más necesita estar allí, pues tú lo marginas un poco.

Fíjense bien que esa es la realidad nuestra. Es un ejemplo, pero cada uno de nosotros tiene que preguntarse interiormente si nosotros, no solamente en este caso de hacer acepción de personas, de poner a las personas en categorías; no, en todo lo demás, es decir, nosotros somos capaces de hacer cualquier división. Entonces tenemos que cuestionarnos, si en otros aspectos de la vida yo hago exactamente igual. ¿Yo vivo según la Palabra de Dios o yo vivo según los criterios del mundo? Un ejemplo, todos los niños tienen el derecho de nacer, ah, pero unos sí y otros no, y punto. Eso es que nos dejamos llevar por el mundo. Ahora la medicina se ha desarrollado tanto, si una madre quiere tener un niño, operan al niño antes de nacer en el mismo vientre; pero si no, ah no, eso no hay problema, aun antes del momento de nacer se puede matar y se puede sacar.

Eso es que nos dejamos llevar por el mundo, y ustedes saben bien que eso permea nuestra sociedad, y nos permea a nosotros como iglesia. Entonces buscamos todos criterios que hay para defender a la posición, pero no tenemos una actitud de decir no, yo no puedo creer ni aceptar eso. Fíjense bien, puse el ejemplo de la acepción de personas, y de las divisiones de los que nacen y no nacen, pero hay otros más. Políticamente, los que pueden hablar son éstos, y los que no pueden hablar son éstos. Entonces, ¿nosotros nos dejamos permear de eso? No, no podemos. Por el pecado sabemos que muchas veces caemos en esto, somos pecadores, pero tenemos que darnos cuenta que tenemos que evitar.

Las lecturas de hoy nos llevan un poco a pensar ¿adónde acudir para vivir según la Palabra de Dios? No es sólo según la Palabra de Dios, porque la Palabra de Dios coincide con la voluntad de Dios para nosotros y con el bien nuestro. Esta es la Palabra de Vida.

¿Cómo comienza Isaías? En un momento difícil del pueblo de Israel. Difícil, un pesimismo increíble, una situación dolorosísima. ¿Cómo él empieza? Un pueblo así, decaído, que se dejaba arrastrar por el pesimismo. Sean fuertes, no sean cobardes de corazón, no teman, miren a nuestro Dios que trae el desquite. Es lo primero, confíen. Cuando uno confía ahí viene la fortaleza, y aunque nosotros sabemos que nos cueste, si somos firmes, sino tememos, porque el miedo siempre está. Hay veces que es bueno tener un poco de miedo, pero uno tiene que tener la valentía para superar el miedo. Acudan a Él, sean firmes, nos e dejen arrastrar. Y sigue diciendo, aquí viene el signo que nos puede dar una idea más amplia de lo que queremos decir. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.

El Señor es capaz de destrabar, el Señor es capaz de corregir, el Señor es capaz de dar la victoria al humilde. La victoria, la victoria victoria, fíjense bien, está garantizada siempre, porque para aquellos que se consideran hijos de Dios y quieren hacer su voluntad, están el cielo y la gloria, ésa es la victoria definitiva; las demás son victorias transitorias, hice un buen negocio y gané dinero, me fui dela país y es lo que quería hacer… esas son victorias transitorias, pero hay que buscar la victoria definitiva. Eso fue lo que hizo la Madre Teresa de Calcuta, ella vivía aquel mundo de miseria, y veía que la sociedad no podía darle respuesta a aquella miseria humana, y ella dijo pues yo voy a darle un poco de amor, punto; una mano arriba, una herida sanada, acompañar una persona, tratar a aquel que nadie quiere, a los leprosos (esos sí que estaban preteridos, ahí había acepción de personas). El Señor nos dice, un signo, abran los ojos, la boca.

Cuando nosotros vemos en el Evangelio que el Señor sana un ciego, enseguida dicen el ciego vio y lo reconoció como hijo de Dios. Así dice el evangelio, porque el Señor le abrió los ojos no sólo a la realidad física, sino a la realidad espiritual. Cuando cura a uno que no habla, a un mudo, ese mudo empieza a alabar a Dios; ¿por qué?, porque le sacó la traba de la lengua, pero hay las dos vertientes, la física y el poder hablar, pero está la espiritual, el que yo puedo proclamar al Señor.

Si nosotros vamos al Evangelio con este hombre que no podía hablar, pobre y andrajoso, que apenas podía hablar y le pide que le imponga las manos. Fíjense bien el signo. Jesús que tenía el poder para sanarlo, quiere que nosotros veamos su poder. Y dice que prepara un poquito de saliva, le metió los dedos en los oídos, con la saliva le tocó la lengua, y mirando al cielo dijo, ¡Effetá!, esto es ¡Ábrete!, desátate, vete, ese nudo que se vaya.

Entonces hermanos nosotros vemos que ese signo denota la grandeza de Dios. Por eso es que la Madre Teresa de Calcuta al hacer un simple gesto, ella sabía que ahí estaba manifestando a Dios. Era así. Un día le dijeron a la Madre Teresa de Calcuta bueno, pero es que lo que haces no va a solucionar la pobreza del mundo, del hambre del mundo y de las injusticias. Ah señores, todavía hay gente que está pensando en eso, en el paraíso aquí en la tierra. Dice la misma Biblia que los pobres los tendremos siempre, porque está el egoísmo del hombre. Si no tuviéramos pecado, no hubiera pobres. La Madre Teresa dijo, yo hago lo que puedo hacer, y es una gotica de agua en un fuego, y apago ese mal.

El Señor nos dice, vamos a confiar. El Señor nos da la fuerza, el Señor nos abre los ojos, el Señor nos abre la boca para proclamar su gloria. El Señor nos ayuda, en medio de este mundo, a sortear las dificultades que nos impide acercarnos a Él y a los hermanos; a librar nuestro corazón de venganza, de ira, de desasosiego, de vivir sin calma y sin paz, confiemos en el Señor. El Espíritu de Dios nos da su fuerza.

Que el Señor nos ayude a vivir así.

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