LA IGLESIA CUBANA Y EL CAMINO SINODAL (IV)

LA IGLESIA CUBANA Y EL CAMINO SINODAL (IV)

Dr. Roberto Méndez Martínez

Es menos recordado, al menos dentro de Cuba, que hacia 1991, Mons. Boza Masvidal, por entonces Vicario General de Los Teques en Venezuela, tuviera la iniciativa de organizar las “Comunidades de Reflexión Eclesial Cubana en la Diáspora” (Creced). La dispersión geográfica hizo más complejo su desenvolvimiento pero arrojó resultados de interés para conocer mejor las realizaciones y dificultades de esa parte de la Iglesia cubana, a la vez que alivió las angustias del desarraigo con un espacio para la oración y la reflexión.

Aunque el valioso Documento final haya sido menos leído de lo que se debiera en la posteridad, tuvo el mérito de ser un testimonio bastante amplio y desprejuiciado de una experiencia sinodal, verdaderamente participativa, sin la cual no es posible comprender un período histórico lleno de cambios.

Puedo dar fe de que la llama del ENEC no se extinguió, al menos en la década que siguió al encuentro, y se hizo visible en una potenciación de la pastoral de laicos, que propició numerosos intercambios a nivel diocesano y nacional y el gradual crecimiento de la prensa católica en el panorama insular. La introducción en la labor pastoral de una planeación pastoral participativa, introducida precisamente en el décimo aniversario del ENEC, que aunque ajustada “muy a lo cubano” ha rendido frutos notables, sobre todo en el terreno de la formación cristiana y la diversidad de sus opciones, desde las catequesis parroquiales, hasta las escuelas de verano, sin olvidar las ofertas educativas generadas por congregaciones religiosas o parroquias que se han convertido en una modalidad inculturada de escuelas católicas.

Pero es preciso señalar que entre 1986 y la actualidad han ocurrido demasiadas cosas. Cuba ha cambiado, la Iglesia también. A la otspolitik de Pablo VI sucedió la actitud profética y de confrontación con el socialismo de San Juan Pablo II, continuada por su sucesor Benedicto XVI, y a esta le ha seguido el anuncio de “la revolución del amor” de Francisco. Estos tres últimos pontífices han visitado a Cuba e influido innegablemente en nuestros pensamientos y conductas. Pero también en los últimos años la precaria situación económica, la creciente emigración de cubanos, especialmente jóvenes, la crisis del modelo socialista que ha generado nuevas desigualdades en la sociedad actual, conforman un panorama completamente distinto y las relaciones del cristiano con el mundo que le rodea se plantean con desafíos diferentes.

A la luz de la invitación del papa Francisco, se impone reflexionar sobre la necesidad de vivir en una iglesia con actitud sinodal. No se trata de organizar a toda carrera un gran evento “de cumplo y miento”, ni de preparar una reunión de cierta élite de expertos y “responsables” a puertas cerradas, sino de interrogarnos si no necesitaríamos actualmente algo semejante a otra REC, no para copiarla en su letra y sus métodos, sino para pedir al Espíritu que nos inspire maneras novedosas de reflexionar y conocernos mejor.

La persistencia de la epidemia que nos azota, las tremendas carencias en el terreno económico y sus ecos en la sociedad parecería desaconsejar cualquier plan para estos tiempos. Pero de todos modos, hoy o mañana, el trimestre que viene o el año próximo, tendremos que hacer algo para no seguir en la oscuridad y saber dónde estamos y a dónde es necesario ir, lo otro sería improvisar a ciegas, o encerrarse en “lo de siempre”, aunque tales actitudes desperdician energías y paralizan las más saludables iniciativas.

En el año 2010 fui invitado como conferencista a la X Semana Social Católica que se celebraba en la Arquidiócesis de La Habana, me encargaron disertar sobre la pastoral de cultura en Cuba, sus experiencias y desafíos, pero eso lógicamente me llevó a terrenos muchos más amplios como la situación de la familia, la educación, el arte y recuerdo que concluí con unas palabras que fueron recibidas con agrado por algunos y con una especie de sorpresa por la mayoría. Las he releído mientras preparaba este artículo y no he dudado de reproducirlas para cerrarlo, porque creo que tienen un significado mucho más apremiante que entonces, cuando parecían una extraña profecía.
Invitaba entonces a caminar hacia lo que yo llamaba “la experiencia de Emaús” (15):

Así como Cristo va al encuentro de aquellos dos discípulos cabizbajos que no encuentran sentido a sus vidas después de la Pasión y comparte con ellos el camino, la reflexión sobre las Escrituras y la modesta cena donde se les ilumina en el acto de partir el pan, así, nosotros, Iglesia, tenemos que ir junto a cada uno de los cubanos – estén donde estén- para acompañarlos, ayudarlos a sanar decepciones, rencores, pesimismos, motivarlos a escuchar de nuevo el mensaje de la Resurrección y compartir el pan en la misma mesa con ellos.

Hubiera querido cerrar estas páginas con una cita de alguno de esos hermosos poemas que ha inspirado a la lírica cubana el pasaje de la aparición de Cristo a los discípulos camino de Emaús. Sin embargo, mientras procuraba hallarlo en mi biblioteca, volvía, una y otra vez a mis oídos ese canto de Perlita Moré, lleno de melancólico sabor vespertino y marcado por el ritmo de habanera:

Quédate, buen Jesús, que anochece,
quédate, que se apaga la fe,
que las sombras avanzan, Dios mío,
las sombras avanzan y el mundo no ve.
Quédate, por piedad, no te vayas,
quédate, Oh Divino Jesús.
Te decimos lo mismo que un día
los dos de Emaús:
no te vayas, Señor,
no te vayas, Señor.

Nada mejor que ese canto para recordarnos que Cristo nos ha hecho testigos y dispensadores de la esperanza. De nosotros depende que otros descubran un rostro reconfortante en su camino, que las sombras retrocedan un poco más y podamos anunciar con fe viva que el alba está cercana. Quédate, pues, Jesús con nosotros, también hoy y por siempre.(16)

Notas
(15) Lc 24, 13-35.
(16) Dr. Roberto Méndez: “Hacia una nueva experiencia de Emaús”.Revista Espacio Laical,no.3, 2010, p.67.

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