Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía XVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
1 de agosto de 2021

“Yo soy el pan de Vida, el que viene a mí nunca tendrá hambre, el que cree en mí nunca tendrá sed”.  Juan 6, 35

 Hermanos,

Vamos a comenzar el comentario de las lecturas de hoy recordando el final del Evangelio del domingo pasado. Recordemos que Jesús había dado de comer a una multitud, cerca de 5000, sólo hombres así que había muchos más, de cinco panes y dos peces, la multiplicación de los panes y los peces. Nosotros decíamos que ahí veíamos el poder de Dios de satisfacer nuestros más íntimos deseos, buenos deseos, es decir lo mejor, para mí y para todos; y que también veíamos la necesidad de compartir. Al compartir también se hace el milagro de la multiplicación.

Pero el final del Evangelio era que la gente, como Jesús le había dado de comer, querían hacerlo rey. Porque se fijaban en aquello de, me satisfizo esta necesidad primaria elemental, pero material; y por lo tanto ése es el rey. Fíjense que Jesús no lo prometió, porque hay veces que se promete y seguimos detrás del que promete; no, Jesús dio de comer, y la gente dijo a ése hay que hacerlo rey. Hay veces que hacemos rey a gente que promete y después no se cumple.

Entonces Jesús se va, no quiero ser rey, yo soy otra cosa; yo no vengo a ser rey, yo vengo a hacer presente a Dios y al amor de Dios, y a decirles que todos los hombres son hermanos, que la vida no termina con la muerte aquí en la tierra, como desgraciadamente estamos viendo en personas que tal vez pensaban vivir mucho tiempo y la vida les ha sido truncada por las situaciones que vivimos. Yo vengo a darles vida eterna.

Las lecturas de hoy van en esa misma línea. La primera lectura vemos el caso de maná, el pasaje del maná del libro del Éxodo; el pueblo de Israel que había sido salvado por Dios de la opresión del faraón, vivía lamentándose de la tiranía que tenía sobre él, y es verdad. Decía el Señor a Moisés, he oído el clamor de mi pueblo, mi pueblo debe ser liberado para que también rinda culto al verdadero Dios. Entonces nosotros sabemos todo lo ocurrido en el paso del mar Rojo, el éxodo, todo eso. El pueblo está en el desierto, pero el pueblo se parecía mucho a este de Jesús, porque siempre somos iguales, somos personas humanas y en cualquier época, el pecado está metido dentro de nosotros y nos dejamos llevar por cualquiera que nos pinta un cuento, o por cualquier pasión o deseo, ordenado o desordenado que tengamos.

Este pueblo llega al desierto con trabajo, hay que conquistar la libertad, hay que conquistar el culto al verdadero Dios… pero no había que pasar trabajo, tenía que haber sido dado. Entonces de quejan, son palabras tremendas, hubiéramos preferido estar aplastados en Egipto, pero comiendo y llenándonos la panza y no en el desierto ahora. Es decir, sacrificaban los valores espirituales, que son los que diferencian al hombre del resto de los animales, lo sacrificaban con tal de estar “llenos”. Entonces Dios les dice, yo no los abandono. Y les dio el maná, y las codornices, estos pajaritos que vinieron. Así en el paso por el desierto, esta situación ocurre varias veces, cuando las serpientes que matan a la gente, ay hubiéramos preferido irnos y no morir en el desierto, así en lo aislado, apartados del mundo, picados por serpientes… Dios estaba ahí, buscando el bien, hay que acudir a Él.

Viene este pasaje del Evangelio de san Juan, que es continuación del anterior. A Jesús querían hacerlo rey y Él se va. La gente se entera que Jesús se fue, pero la gente dice, hay que buscar a ese rey que nos da comida, a ése hay que buscarlo. Y entonces viene toda esta conversación. Me buscan no porque han visto signos, del poder de Dios, de la grandeza de Dios, sino porque comieron pan hasta saciarse. Y empieza un diálogo tremendo, no trabajen por el alimento que perece sino por el alimento que perdura hasta la vida eterna, que ese solamente se los puede dar el hijo de Dios. Hay que preocuparse en la vida de todo, de las cosas inmediatas mejor, por eso las situaciones se ponen malas muchas veces, ¿por qué? porque ni lo inmediato muchas veces tenemos. Hay que luchar por eso, pero hay que luchar por los bienes mayores. Hay que luchar por aquellos que hacen al hombre grande, que permiten que las personas se puedan expresar en el bien, porque nadie aquí es libre para hacer el mal, la libertad es solamente para hacer el bien. Hay que pensar en que hay que luchar por eso. Y el Señor les dice, si quieren luchar van a tener un Salvador, que es Jesús. Entonces, Él se presenta aquí.

¿Cómo podemos ocuparnos de los trabajos que Dios quiere? Dice, el trabajo que Dios quiere es que crean en quien Él ha enviado, que crean en mí que tengo palabras de vida eterna, que crean en mí que soy capaz de saciar no solamente el hambre material sino la espiritual, que engrandece al hombre, que lo hace responsable de su vida, de su familia, de los demás; luchen por eso. ¿Y qué signos vemos en lo que tú haces para que creamos? Nuestros padres comieron pan en el desierto, ellos seguían con el problema del pan, no miraban otra cosa. Les aseguro que no fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre que les da el verdadero pan del cielo. Y no un pan que se come y después tienen hambre, sino es un pan que sacia hasta la vida eterna. Recordemos el pasaje de la samaritana, yo te puedo dar un agua que te va a quitar la sed para siempre, y dice ella, dame de esa agua, la gente toma de este pozo y siempre le queda la sed; y le dice, el agua que yo te daré, que es el Espíritu Santo, te saciará hasta la vida eterna, sígueme, le dice Jesús. 

Él les va a dar el verdadero pan del cielo, porque el pan del cielo, Jesús, es el que le da la vida al mundo. Y la gente le dijo, danos siempre de ese pan Señor. Ojalá que nosotros también hoy, en esta semana todos digamos, Señor danos de ese pan. ¿Dónde está ese pan? En la palabra de Dios, pan de vida. ¿Dónde está ese pan? En la eucaristía, Cristo que se hace presente y lo recibimos. ¿Dónde está ese pan? Donde se hace el bien. Ese es pan de Dios, Dios está presente, el Espíritu está presente.

Para redondear nos vamos entonces a la segunda lectura que es la carta a los Efesios, y les dice, no anden ya como es el caso de los gentiles que andan en la vaciedad de criterios, cualquier cosa, ustedes en cambio sigan a Cristo; Cristo les ha enseñado a abandonar el anterior modo de vida, dejen que el Espíritu renueve en ustedes la mentalidad y vístanse de la nueva condición humana creada a imagen y semejanza de Dios en justicia y santidad. Dejen el hombre viejo, corrompido por los deseos del placer, de la envidia, del odio, del rencor, de la violencia, y renuévense en la mente y en el espíritu. Eso es lo que tenemos que trabajar, cada uno de nosotros, y es un trabajo, es un trabajo porque es una lucha hasta contra nosotros mismos.

Buscar aquello que renueve nuestra mente y nuestro espíritu para tomar a Cristo como el hombre nuevo, el hombre que nos lleva precisamente a vivir eternamente junto al Padre, junto a Dios.

Que Dios nos ayude a todos a vivir así.

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