23 años de una visita: “Y tu nombre será nuestro escudo, nuestro amparo tus gracias serán.”

23 años de una visita: “Y tu nombre será nuestro escudo, nuestro amparo tus gracias serán.”

Mañana 24 de enero se cumplen 23 años de la visita de San Juan Pablo II a la Arquidiócesis y ciudad de Santiago de Cuba. La Plaza Antonio Maceo acogió este día a cerca de 500 mil fieles, creyentes y no creyentes, que venidos de todo el oriente cubano, de toda Cuba y de muchas partes del mundo, dieron la bienvenida al Santo Padre.

Allí en esta cálida mañana el Papa coronó la imagen de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Reina y Patrona del pueblo Cubano.

Grande fue la alegría en aquella Plaza convertida en inmenso y bello templo, en el que se proclamó la Palabra, se celebró la eucaristía, sintiéndonos hijos y hermanos todos.

Compartimos con nuestros lectores dos textos de esta celebración: las palabras de bienvenida pronunciadas por Mons. Pedro Meurice Estíu y la homilía del Santo Padre Juan Pablo II. Palabras que hoy, 23 años después resuenan aún en la mente y el corazón de los que allí estuvieron.

Discurso de Bienvenida al Santo Padre pronunciado por Monseñor Pedro Meurice,
Arzobispo de Santiago de Cuba, el 24 de Enero, 1998

Beatísimo Padre:

En nombre de la Archidiócesis de Santiago de Cuba y de todos los hombres de buena voluntad de estas provincias orientales, le doy la más cordial bienvenida. Esta es una tierra indómita y hospitalaria, cuna de libertad y hogar de corazón abierto.

Lo recibimos como un padre en esta tierra que custodia, con entrañas de dignidad y raices de cubanía, la campana de La Demajagüa y la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. El calor de Oriente, el alma indomable y el amor filial de los católicos de ésta diócesis primada proclaman bendito el que viene en nombre del Señor.

Quiero presentarle, Santo Padre, a este pueblo que me ha sido confiado, quiero que Su Santidad conozca nuestros logros en educación, salud, deportes; nuestras grandes potencialidades y virtudes; los anhelos y las angustias de esta porción del pueblo cubano. Santidad, este es un pueblo noble y es también un pueblo que sufre. Este es un pueblo que tiene la riqueza de la alegría y la pobreza material que lo entristece y agobia casi hasta no dejarlo ver más allá de la inmediata subsistencia. Este es un pueblo que tiene vocación de universalidad y es hacedor de puentes de vecindad. Pero cada vez está más bloqueado por intereses foráneos y padece una cultura del egoísmo, debido a la dura crisis económica y moral que sufrimos.

Nuestro pueblo es respetuoso de la autoridad y le gusta el orden, pero necesita aprender a desmitificar los falsos mesiamismos. Este es un pueblo que ha luchado largos siglos por la justicia social, y ahora se encuentra al final de una de esas etapas buscando otra vez cómo superar las desigualdades y la falta de participación. Santo Padre, Cuba es un pueblo que tiene una entrañable vocación a la solidaridad, pero a lo largo de su historia ha visto desarticulados o encallados los espacios de asociación y participación de la sociedad civil, de modo que presento el alma de una nación que anhela reconstruir la fraternidad a base de libertad y de solidaridad.

Quiero que sepa, Beatísimo Padre, que toda Cuba ha aprendido a mirar en la pequeñez de la imagen de esta Virgen Bendita que será coronada hoy por Su Santidad, que la grandeza no está en las dimensionnes de las cosas y las estructuras, sinó en la estatura moral del espíritu humano. Deseo presentar en esta Eucaristía a todos aquellos cubanos y santiagueros que no encuentran sentido en sus vidas; que no han podido optar y desarrollar un proyecto de vida por causa de un camino de despersonalización que es fruto del paternalismo. Le presento además a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido; la Nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología. Son cubanos que, al rechazar todo de una vez sin discernir, se sienten desarraigados, rechazan lo de aquí de Cuba y sobrevaloran todo lo extranjero. Algunos consideran éstas como una de las causas más profundas del exilio interno y externo.

Santo Padre, durante años este pueblo ha defendido la soberanía de sus fronteras geográficas con verdadera dignidad, pero hemos olvidado un tanto que ésa independencia debe brotar de una soberanía de la persona humana, que sostiene desde abajo todo proyecto como nación.

Le presentamos la época gloriosa del Padre Varela, del Seminario San Carlos en La Habana y de San Antonio Maria Claret aquí en Santiago, pero también los años oscuros en que el desgobierno de Patronato de la Iglesia fue diesmada a principios del Siglo Diecinueve y así atravesó el umbral de esta centuria tratando de recuperarse, hasta que en la década de los cincuenta se encontró su esplendor y cubanía. Luego, fruto de la confrontación ideológica con el marxismo-leninismo estatalmente inducido, volvió a ser empobrecida de medios y agentes de Pastoral, pero no de misiones del espíritu, como fue el Encuentro Nacional Eclecial Cubano.

Su Santidad encuentra esta Iglesia en una etapa de crecimiento y de sufrida credibilidad que brota de la cruz vivida y compartida. Algunos quizás puedan confundir este despertar religioso con un culto Pietista, o con una falsa paz interior que escapa del compromiso.

Hay otra realidad que debo presentarle: La Nación vive aquí y vive en la diáspora. El cubano sufre, vive, espera aquí, y también sufre, vive y espera allá afuera. Somos un único pueblo, que navegando a trancos sobre todos los mares, seguimos buscando la unidad que no será nunca fruto de la uniformidad, sinó de un alma común y compartida a partir de la diversidad. Por esos mares vino también esta Virgen, mestiza como nuestro pueblo. Ella es la esperanza de todos los cubanos. Ella es la Madre cuyo manto tiene cobija para todos los cubanos sin distinción de raza, credo, opción política o lugar donde viva. La Iglesia en América Latina hizo en Puebla la opción por los pobres, y los más pobres entre nosotros son aquellos que no tienen el don preciado de la libertad.

Ore, Santo Padre, por los enfermos, por los presos, por los ancianos y por los niños.

Santo Padre, los cubanos suplicamos humildemente a Su Santidad que ofrezca sobre el altar, junto al cordero inmaculado que se hace para nosotros pan de vida, todas estas luchas y azares del pueblo cubano, tejiendo sobre la frente de la Madre del Cielo esta diadema de realidades, sufrimientos, alegrías y esperanzas, de modo que al coronar con ellas ésta imagen de Santa Maria la Virgen Madre de Nuestro Señor Jesucristo, que en Cuba llamamos bajo el incomparable título de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, la declare como Reina de La República de Cuba. Así, todas las generaciones de cubanos podremos continuar dirigiéndonos a ella, pero con mayor audacia apostólica y serenidad de espíritu, con las bellas estrofas de su himno: “Y tu nombre será nuestro escudo, nuestro amparo tus gracias serán”

Bienvenido Juan Pablo Segundo.

HOMILIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Plaza “Antonio Maceo”, Santiago de Cuba (Cuba)
Sábado 24 de enero de 1998

1. “Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Yahvé” ( Sal.33 [32], 12). Con el salmista cantamos que la alegría acompaña al pueblo cuyo Señor es Dios. Hace más de quinientos años, cuando la Cruz de Cristo llegó a esta isla, trayendo consigo el mensaje salvador, se inició un proceso que, alimentado por la fe cristiana, forjó los rasgos característicos de esta nación. Entre sus hombres ilustres se encuentran el soldado que fue el primer catequista y misionero de Macaca; el primer Maestro cubano, P. Miguel de Velázquez; el sacerdote Esteban Salas, padre de la música cubana; el eminente habitante de Bayamo Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria, quien postrado a los pies de la “Virgen de la Caridad” inició su lucha por la libertad e independencia de Cuba; Antonio de la Caridad Maceo y Grajales, cuya estatua domina la plaza que ahora alberga hui nuestra celebración, y de la cual su madre le pidió ante el crucifijo que se dedicara hasta el final a la libertad de Cuba. Junto a ellos, muchos otros hombres y mujeres ilustres, movidos por su fe inquebrantable en Dios, eligieron el camino de la libertad y la justicia como base de la dignidad de su pueblo.

2. Me alegra estar hoy aquí en esta Arquidiócesis tan eminente, que tiene entre sus pastores a San Antonio María Claret. Dirijo sobre todo un cordial saludo a Mons. Pedro Meurice Estíu, Arzobispo de Santiago de Cuba y Primado de esta nación, así como a los demás cardenales, obispos, sacerdotes y diáconos comprometidos en la difusión del Reino de Dios en esta tierra. Saludo también a las personas consagradas ya todos los fieles aquí presentes. También deseo dirigir un respetuoso saludo al Vicepresidente del Consejo de Estado y al Ministro, Sr. Raúl Castro, así como a los representantes de las demás autoridades civiles que quisieron participar en esta Santa Misa, y les agradezco su colaboración. que trajeron a su organización.

3. Durante esta celebración coronaremos la imagen de la “Virgen de la Caridad del Cobre”. Desde su santuario, no lejos de aquí, la Reina y Madre de todos los cubanos – sin importar raza, opinión política o ideología – guía y apoya, como en el pasado, los pasos de sus hijos en el camino. hacia la Patria Celestial y les anima a vivir de tal manera que en la sociedad reine siempre los auténticos valores morales , que constituyen la rica herencia espiritual heredada de sus antepasados. Como hizo su prima Isabel, nos dirigimos a Ella para decirle: “Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de lo que le fue dicho por el Señor” ( Lc1, 45). Estas palabras encierran el secreto de la verdadera felicidad de las personas y los pueblos: creer y proclamar que el Señor ha hecho maravillas por nosotros y que su misericordia toca a todos los que le son fieles, de generación en generación. Esta convicción es el motor de los hombres y mujeres que, incluso a costa del sacrificio, se dedican desinteresadamente al servicio de los demás.

El ejemplo de la disponibilidad de María nos muestra el camino a seguir. Con ella, la Iglesia cumple su vocación y su misión, anunciando a Jesucristo, exhortándonos a hacer lo que Él nos dice y construyendo también la fraternidad universal en la que cada hombre puede invocar a Dios como su Padre.

4. Como la Virgen María, la Iglesia es Madre y Señora del seguimiento de Cristo, luz para sus pueblos y dispensadora de la misericordia divina. Como comunidad de bautizados, es también un lugar de perdón, paz y reconciliación; abre sus brazos a todos los hombres para proclamarles al Dios verdadero. Al servir a la fe de los hombres y mujeres de este amado país, la Iglesia les ayuda a progresar por el camino del bien. Las obras de evangelización que se desarrollan en diversos entornos, como por ejemplo las misiones en barrios y pueblos sin iglesia, deben organizarse y promoverse para poder desarrollar y servir no solo a los católicos, sinotodo el pueblo cubano, para que conozcan a Jesús y lo amen. La historia enseña que sin fe la virtud desaparece, los valores morales se oscurecen, la verdad no brilla, la vida pierde su sentido trascendente, y hasta el servicio a la nación deja de estar impulsado por las motivaciones más profundas. Al respecto, Antonio Maceo, el gran patriota de la región oriental, dijo: “El que no ama a Dios no ama a su patria”.

La Iglesia llama a todos a encarnar la fe en su vida, como la mejor vía para el desarrollo integral del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y para obtener la verdadera libertad, que incluye reconocimiento de los derechos humanos y la justicia social. En este sentido, los laicos católicos, al tiempo que salvaguardan su identidad para poder ser “sal y levadura” en la sociedad de la que forman parte, tienen el deber y el derecho de participar en el debate público con igualdad de oportunidades.y en actitud de diálogo y reconciliación. Asimismo, el bien de una nación debe ser promovido y perseguido por los propios ciudadanos, por medios pacíficos y progresistas. De esta manera, cada persona, gozando de la libertad de expresión, el poder de iniciativa y propuesta dentro de la sociedad civil, y la justa libertad sindical, puede colaborar eficazmente en la búsqueda del bien común. .

La Iglesia, inmersa en la sociedad, no busca ninguna forma de poder político para cumplir su misión,pero quiere ser un germen fértil del bien común a través de su presencia en las estructuras sociales. Se dirige ante todo a la persona humana ya la comunidad en la que vive, sabiendo que su primer camino es el hombre concreto con sus necesidades y sus aspiraciones. Todo lo que la Iglesia le pide, lo pone al servicio del hombre y de la sociedad. En efecto, Cristo le confió el deber de llevar su mensaje a todos los pueblos, y para cumplir su misión necesita un espacio de libertad y medios suficientes. Al defender su libertad, la Iglesia defiende la de cada persona, de las familias, de las diversas organizaciones sociales, realidades vivas que tienen derecho a su propio dominio de autonomía y soberanía (cf. Centesimus annus,no. 45). En este sentido, “los cristianos y las comunidades cristianas están profundamente integrados en la vida de sus pueblos, y son signos evangélicos en la fidelidad a su tierra, a su pueblo, a la cultura nacional, manteniendo la libertad que el Cristo los ganó […] La Iglesia está llamada a dar testimonio de Cristo adoptando posiciones valientes y proféticas frente a la corrupción del poder político o económico; sin buscar gloria ni bienes materiales; usando lo que tiene para servir a los más pobres, e imitando la sencillez de la vida de Cristo ”( Redemptoris missio, n. 43). Es una enseñanza constante y permanente del Magisterio Social, de lo que se llama Doctrina Social de la Iglesia.

5. Recordando estos aspectos de la misión de la Iglesia, damos gracias a Dios, que nos ha llamado a formar parte de ella. La Virgen María ocupa un lugar especial en la Iglesia. La coronación de la venerable imagen de la “Virgen de la Caridad del Cobre” es expresión de ello. La historia de Cuba está tachonada de maravillosos signos de amor a su Patrona, a cuyos pies las figuras de los humildes indígenas, dos Indios y un Mulato, simbolizan la rica pluralidad de este pueblo. El Cobre, donde se ubica su santuario, fue el primer lugar de Cuba donde los esclavos conquistaron su libertad.

Amados fieles, nunca olviden los grandes acontecimientos relacionados con su Reina y Madre. Con el palio del altar mayor, Céspedes confeccionó la bandera cubana y fue a postrarse a los pies de la Virgen antes de iniciar su lucha por la libertad. Los valientes soldados cubanos, los mabises, llevaban en el pecho la medalla y la “medida” de su bendita imagen. El primer acto de Cuba Libre tuvo lugar en 1898 cuando las tropas del general Calixto García se postraron a los pies de la “Virgen de la Caridad” durante una misa solemne por la “Declaración Mambisa ” .independencia del pueblo cubano ”. Las diversas peregrinaciones que la imagen ha realizado en los pueblos de la isla, testimonio de las aspiraciones y esperanzas, alegrías y sufrimientos de todos sus hijos, siempre han sido manifestaciones de fe y amor.

Desde este lugar, deseo enviar mi saludo también a los niños de Cuba en el mundo y que veneran a la “Virgen de la Caridad”; con todos sus hermanos que viven en esta hermosa tierra, los pongo bajo su protección maternal, pidiéndole a ella, la benevolente Madre de todos, que reúna a sus hijos mediante la reconciliación y la fraternidad.

6. Hoy, continuando esta gloriosa tradición de amor a la Madre común, antes de proceder a su coronación, deseo dirigirme a ella e invocarla con todos vosotros:

Virgen de la Caridad del Cobre
Patrona de Cuba!
¡Que Dios te guarde, María, llena de gracia!
Eres la amada Hija del Padre,
la Madre de Cristo, nuestro Dios,
el Templo viviente del Espíritu Santo.

Llevas en tu nombre, Virgen de la Caridad,
la memoria del Dios que es Amor,
la memoria del mandamiento nuevo de Jesús,
la evocación del Espíritu Santo:
amor derramado en nuestros corazones,
fuego de caridad enviado en Pentecostés. sobre la Iglesia,
don de la plena libertad de los hijos de Dios.

¡Bendita eres entre todas las mujeres
y Jesús, el fruto de tu vientre, es bendito!
Viniste a visitar a nuestra gente
y querías quedarte con nosotros
como Madre y Nuestra Señora de Cuba,
durante su peregrinaje
por los caminos de la historia.

Tu nombre e imagen están grabados
en la mente y el corazón de todos los cubanos,
dentro y fuera de su patria,
como signo de esperanza y centro de comunión fraterna.
¡Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra!
Ruega por nosotros con tu hijo Jesucristo,
intercede por nosotros con tu corazón maternal,
inundado de la caridad del Espíritu.
Profundiza nuestra fe, aviva la esperanza,
aumenta y fortalece el amor en nosotros.
Apoye a nuestras familias,
proteja a los jóvenes y a los niños,
consuele a los que sufren.

Sé Madre de los fieles y de los Pastores de la Iglesia,
modelo y estrella de la nueva evangelización.
¡Madre de la Reconciliación!
Reúna a su gente esparcida por todo el mundo.

Hacer de la nación cubana una familia de hermanos y hermanas
para que este pueblo abra
su mente, corazón y vida a Cristo,
único Salvador y Redentor
que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo,
durante los siglos de siglos.

Amén.

Al final de la Santa Misa, el Santo Padre anunció la erección de la nueva diócesis de Guantánamo-Baracoa:

Tuve la alegría de celebrar la Santa Misa con todos vosotros en esta Plaza dedicada a Antonio Maceo. Con su presencia aquí, también ha dado testimonio visible de la perseverancia y el crecimiento de la Iglesia en esta hermosa tierra, que expresa su rica vitalidad. Al respecto, me complace comunicarles que para facilitar la acción de la Iglesia en Cuba, he decidido erigir la diócesis de Guantánamo-Baracoa, nombrando como primer obispo a Mons. Carlos Jesús Patricio Baladrón Valdés, hasta ‘ahora Obispos Auxiliares de La Habana.

Deseo animar a los sacerdotes y fieles de la nueva circunscripción eclesiástica a que se comprometan a construir, como piedras vivas alrededor de su Pastor, esta Iglesia particular que nace hoy. Estimado Monseñor Baladrón, aprecie la gran importancia de la misión que se le ha encomendado hoy y anuncie con todas sus fuerzas la Buena Nueva de Jesucristo a sus diocesanos, invitándolos a la Eucaristía y a los demás sacramentos. , para crecer en santidad y justicia en la presencia del Señor.

Antes de dar su Bendición Apostólica, el Santo Padre dirigió las siguientes palabras a los fieles presentes:

Quiero dar gracias por este calor, el calor del clima, pero también el calor humano, el calor de los corazones. A este pueblo, a esta Iglesia tan cálida, deseo ofrecer la Bendición final de la Misa.

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