Transcripción homilía del P. Rogelio Dean Puerta  Párroco de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre

Transcripción homilía del P. Rogelio Dean Puerta Párroco de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre

Eucaristía II Domingo del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
17 de enero de 2021

 

“Vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”. Juan 1, 39

 

Compartimos la Palabra de Dios.

Ciertamente uno de los valores que podemos tener en estos tiempos difíciles que nos invaden, es estar atentos a la voz del Señor. El Señor en todos los momentos, los buenos, los regulares, en los malos, el Señor llama, el Señor habla, el Señor quiere guiar. Por eso es bueno tener en nosotros la actitud que se nos refleja en la lectura del primer libro de Samuel donde hay un llamado del Señor y donde hay una respuesta, “Aquí estoy”, qué hace falta, dime, qué quieres de mí.

A veces ese llamado puede estar un poco desdibujado, puede haber personas que se muevan en una inseguridad, que duden de ese llamado. No, nosotros tenemos que también somos llamados, y responderle de la mejor manera al Señor y con la mayor prontitud posible; y sobre todo una respuesta que implique continuar escuchando. Porque declaramos nuestra disponibilidad no para oírnos a nosotros mismos, que es el riesgo que muchas veces tenemos, y pensamos que escuchamos la voz de Dios y lo que estamos escuchando es a nosotros mismos. Un gran peligro.

Tenemos que saber discernir la voz del Señor. A veces no solo nos escuchamos a nosotros mismos, sino que creemos que hay personas que hablan en nombre del Señor, y muchas veces no es así. Nosotros tenemos que, a la luz de la Escritura, a la luz del Magisterio de la Iglesia, identificar la voz verdadera del Señor para que no haya equivocaciones. Qué bueno que, aunque muchas veces uno no entienda qué quiere el Señor de uno, uno igualmente rápidamente declare la disponibilidad.

Mons. Enrique Pérez Serantes, tenía un dicho que me gusta mucho, “A Dios primero hay que decirle que sí, después averiguar de qué se trata”. El Señor espera un sí de parte de nosotros que no tenga tibieza, que sea firme, fuerte, claro, y ciertamente por el camino, escuchando su palabra, encontraremos hacia dónde avanzar. En ese camino de avanzar hacia el Señor, es importante en cada momento ir identificando la presencia del Señor, no podemos perder de vista al Señor. Necesitamos saber dónde está Él en cada momento, porque dónde está Él, tengo que estar yo, es la garantía de la felicidad para mi vida.

Qué tristeza cuando vamos por lugares, por caminos donde no está la presencia del Señor; y quizás muchas veces vamos por caminos erróneos por miedo, por inseguridades, por falta de escucha. Él camina con nosotros, pero también nosotros tenemos que ir mirando de qué manera estamos auténticamente con Él. Se nos habla de esto en el Evangelio.

Muchas veces estamos tan perturbados por las circunstancias de la vida, tantas preocupaciones, tantos momentos difíciles, que no nos damos cuenta que aún en medio de esos momentos difíciles, el Señor pasa. Pasa en medio de los momentos difíciles y nos tiende la mano, quiere que tú y yo estemos atentos a su paso. Estos discípulos se dieron cuenta que el Señor pasaba, lo identifican, y le dicen “Señor, ¿dónde vives?”, dónde vives porque yo quiero vivir donde tú vives, yo quiero estar dónde tú estás. Entonces el Señor les dice, “Ven y lo verás”.

En medio de tanta desesperación que podemos encontrar, por esta enfermedad que se vive, por las carencias de todo tipo que vive de modo especial nuestro país, ciertamente carencias que llevan a las personas al borde de la desesperación, uno dice: Señor, dame una luz, yo quiero ir allí, ayúdame, yo quiero estar en tu casa, yo quiero estar en tu morada. Yo creo que desde una perspectiva misionera de la Iglesia, nosotros, los cristianos, tenemos que llevar un mensaje al que todavía no cree, al tibio, al deprimido, al que está destruido, llevar un mensaje con el testimonio de vida, ese es el mensaje más importante.

Jesús no se pone en ese momento a hacer una descripción de su casa, Jesús no se pone en ese momento a abusar de la palabra, simplemente le dice a la persona que lo necesita, que lo busca, le dice “ven y lo verás”. Qué bueno que podamos decirles así a las personas que están lejos de Dios, ven a la comunidad, ven a la parroquia, vena la comunidad cristiana y ve, lo que nosotros intentamos vivir. Ése es el testimonio que convence.

Ya la palabra por sí sola no tiene un impacto en las personas, las personas necesitan ver, venir y ver cómo viven los cristianos, porque ciertamente si como iglesia, si como comunidad cristiana no le damos a esa persona desesperada y alejada de Dios, un camino de vida distinto, sino le damos un modo de vida distinto, un testimonio distinto, esa persona no se va sentir atraída, claro que no, porque no va a identificar la presencia del Señor.

Es el amor entre nosotros, el amor hasta el punto de sacrificarnos los unos por los otros, el amor de cada día en el servicio concreto el que le permitirá, a la persona que viene de afuera, identificar la Casa del Señor. Ya no estamos en los momentos de las palabras, en Cuba por lo menos estamos ya muy cansados de las palabras. Hacen falta hechos, hechos concretos de vida, hechos concretos que identifiquen la Casa del Señor, y que la gente quiera quedarse en esa casa; que la gente diga, “en medio de estas circunstancias difíciles he encontrado un lugar donde está el Señor, donde se vive el amor, donde las personas en medio de las dificultades viven como hermanos y se ayudan. Eso es lo que quiere el Señor de nosotros.

Por eso vamos a pedirle al Espíritu Santo que seamos siempre una mejor Iglesia, que cada uno de nosotros se considere de verdad Iglesia, que cada uno de nosotros mire sus manos y diga “estas son las manos del Señor, para servir, para consolar”. Vamos a quizás no mirarnos tanto a nosotros mismos, siempre hay personas que están sufriendo mucho más que nosotros. Vamos a salir de ese círculo vicioso en los que a veces nos encierra el dolor, y vamos a dar el salto, vamos a decirle al Señor, “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad, aquí estoy Señor para consolar, para animar”. Ojalá que esa respuesta sea sin titubeos en nuestra vida, ojalá que esa respuesta sea aquí, ahora, y que de verdad podamos todos gozar de la presencia del Señor.

Qué así sea.

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