Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio G. García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía IV Domingo de Adviento
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
20 de diciembre de 2020

“Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” Lucas 1, 38

Hermanos,

Estamos en este IV domingo de Adviento, último domingo de Adviento, en el cual se reúnen los personajes fundamentales que nos indican el sentido del Adviento, y que ese sentido precisamente se refleja en sus vidas, en su quehacer, en su comportamiento. Ellos revelan lo que significa el Adviento.

Esos tres personajes son Isaías y los profetas, Isaías, aquel que lo proclamó lejano, aquel que lo anunció, aquel que dijo que vendría un Mesías que no dejaría al pueblo solo, abandonado a su suerte, porque Dios no hace eso. El otro personaje es Juan el Bautista que lo proclamó, lo anunció y lo señaló: Ése es el Cordero de Dios, ése es el Mesías. Y la Virgen que fue la que lo aceptó y dijo sí, yo si el Señor me lo pide, no sé si entenderé mucho lo que eso significa, pero estoy disponible a lo que el Señor me pide.

Hermanos, fijémonos bien que en estos tres personajes hay un común denominador: la esperanza. Está la fe, la fe en que como dije al principio Dios no abandona a su pueblo. Ellos sabían que, a pesar de los momentos duros, de las situaciones difíciles, es decir, los períodos que no se entienden pero que hacen que el pueblo sufra, que piensa que ha pasado mucho tiempo, es la oscuridad, es la injusticia. Tiene que haber algún momento en que la luz resplandezca y el Señor se manifieste. eso lo produce ese deseo de espera, esa necesidad de esperar a Dios; además no sólo de esperar, sino el hecho de esperar, eso lo tiene la persona con fe.

Recuerden bien que las tres virtudes teologales son fe, esperanza y caridad, de las tres decía Pablo que la principal era la caridad, porque ésa no acaba nunca porque es Amor, y al final el Señor nos esperar para disfrutar de su presencia, de vivir en su amor. Esa es la Gloria, es a lo que nosotros llamamos la Gloria para decirle un nombre, el estar junto a Dios. Pero eso también significa que necesitamos la gracia de la fe, y la fe es un don de Dios.

La fe nos ayuda a tener esperanza y la esperanza es un don de Dios. La caridad es amor, y el amor a Dios y el amor a los hermanos es un don de Dios. Esas son las tres virtudes que son regalo de Dios.

El pueblo de Israel representado en Isaías, fue aquel pueblo que esperó pacientemente. Hay veces que con desesperación un poco, a lo mejor parece una contradicción, hay veces que no entendía, que no encontraba el motivo de la esperanza. Pero venían los profetas y les decían, pueblo mío fe, Dios no va a fallar. Y eso hizo que el pueblo durante mucho tiempo esperara al Mesías. Ese pueblo que esperó al Mesías, fue el pueblo fiel, el resto se le llama, un pequeño resto que permaneció fiel, mientras otros se desesperaban, otros se iban detrás de otros dioses, otros se fijaban en los políticos del momento y los reinos del momento para tener alguna esperanza, y pensar que las cosas irían mejor. Pero hubo un pueblo fiel, que se daba cuenta que en medio de la desesperación, o de aquellas situaciones que nos pueden llevar a la desesperación, el Señor estaba presente, lo que había que buscar.

Se daba cuenta que hay situaciones, en que por mucha esperanza que nos brinde la sociedad, el momento, el tiempo, las promesas, las ilusiones que se nos crean, y más en este momento en que tenemos tantos medios que son fantásticos en levantar ilusiones, en crear expectativas; llega un momento, y los pobres de Israel, los pobres de verdad en este tiempo también, ellos se daban cuenta de que hay situaciones en que no se puede acudir a nadie más que a Dios, porque casi no tienen explicación, casi no se pueden resolver, y si las aceptamos entonces somos personas que nos quedamos embarcados en el mundo. Es decir, aquellas situaciones que están presentes, que no podemos resolver, que nos agobian, que nos maltratan, pero de ahí no pasa nada más. El mal sigue triunfando. El pueblo de Israel sabía que no, confiaba y esperaba.

Esa es la primera nota de este cuarto domingo de Adviento que es como un resumen del Adviento. La espera confiada, dolorosa a veces, por eso el pueblo reclamaba en el Salmos al Señor, Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado. Porque la pasaba mal. Como nosotros también, en momentos de nuestra vida, en estos mismos momentos podemos decir, Señor, Señor, hasta cuándo Señor. Entonces, ésa es la primera, la esperanza confiada en el Señor, que como es un don y una gracia el Señor nos la concede, pero nosotros tenemos que aceptarla y vivirla.

La otra es ponernos en las manos de Dios. La disponibilidad. Sabiendo que el Señor se hará presente, estar dispuesto a recibirle, y a cada uno de nosotros el Señor nos indica un camino, se nos manifiesta de una manera. Los dos personajes últimos, Juan el Bautista, ése se sintió tocado por Dios y pudo reconocer a Jesús y pudo señalarlo: Ése es el Cordero de Dios, Ése es el esperado, Ése; y les dijo a sus discípulos, síganlo, yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia; es Él, síganlo. Fíjense bien que la esperanza no es, esperar sentado con los brazos hacia arriba, mirando al cielo, sino es ponernos a disposición; y cuando uno está en disposición, uno está dispuesto a la acción. Eso hizo Juan el Bautista, él anunció al Mesías, y dio su vida comprometido con lo que había anunciado, la justicia, la presencia de Dios.

Y está María, pertenecía al pueblo fiel, al igual que Juan el Bautista, el Mesías vendría. ¿Qué ella iba a imaginarse que Dios la había escogido?  Por eso es que le dice ¿Cómo puede ser eso Señor? Por eso el Ángel tiene que decirle, no temas. Pero ella entendió porque esperaba. Si no esperamos, no somos capaces de movernos, no. Si no esperamos no somos capaces de ver el final, lo que nosotros quereos.

Hay veces hermanos, que las situaciones se ponen tan difíciles, que hasta se nos olvida aquello que nosotros esperamos. Hay situaciones sociales, económicas, políticas, familiares tan difíciles, que nos agobian tanto, en que nosotros nos sentimos tan acorralados por esas situaciones que perdemos el norte. Nos olvidamos hasta de lo que queremos.

No, lo fundamental es saber a dónde queremos llegar, es saber qué estamos esperando, es saber que Dios no nos olvida. Sé a dónde quiero llegar. La situación es difícil, aunque me agobie, aunque me atormente, pero yo sé dónde quiero llegar, no me voy a olvidar. Porque si me olvido, ahí sí que pierdo todo. Pierdo lo que he esperado, pierdo la capacidad de reaccionar cuando sea posible, como la Virgen. ¿Cómo puede ser? Bueno, que se haga su voluntad; como Juan que dijo ése es el Cordero de Dios.

Entonces hermanos, no perdamos de vista lo que esperamos, ésa ya es la base de la victoria, saber a dónde queremos llegar, y esperar, y luchar. Va a haber momentos en que la espera va a predominar, y habrá momentos en que la decisión y el ponerse de pie y responder, será lo que va a primar, a estar presente.

Por eso hermanos con una gran esperanza, confiemos en Dios. El Mesías viene, lo recibiremos, el Señor nos acompaña, el Señor nos da fuerza, pero siempre conservemos esa luz al final del camino sabiendo a dónde nosotros queremos llegar. Recordemos esa frase que me ha gustado mucho, que aquí en El Cobre la han hecho muy presente, la han rescatado, sabemos Señor en quién tenemos puesta nuestra esperanza, que nunca nos dejemos llevar por la esperanza vana de los hombres, sino, a pesar de las dificultades, mi esperanza está en Dios, Él me dará a luz y me dará la fuerza para también llegar al final.

Que Dios ayude a todos a vivir así.

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