Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía Domingo XXXIV Tiempo Ordinario
Festividad de Cristo Rey
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
24 de noviembre de 2020

“Les aseguro que cada vez que lo hicieron con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron” Mateo 25, 40

Hermanos,

La Iglesia celebra hoy el último domingo del año litúrgico. Sabemos que el año civil comienza el 1ro de enero y termina el 31 de diciembre, eso es algo acordado, una convención, todos se han puesto de acuerdo según su cultura para que el año civil comience un día y termine en otro día. La tradición occidental, que la mayor parte del mundo la ha adoptado es precisamente esa; hay otras culturas como la china que comienza en otro momento.

La Iglesia, que se rige civilmente por el año civil, tiene lo que se llama el Año Litúrgico, que comienza el primer domingo de Adviento, comienza ahí, y termina el domingo de Cristo Rey al cabo de doce meses. ¿Por qué comienza el primer domingo de Adviento? Comienza el primer domingo de Adviento porque el año Litúrgico va recorriendo todo el misterio de Salvación, la historia de Salvación. Es decir, lo que Jesús nos vino a enseñar viviendo entre nosotros, acerca de nuestra salvación. Por eso comienza con el Adviento, que son cuatro semanas, que es una convención de la iglesia poner cuatro semanas, que es un tiempo de esperanza, de alegre esperanza, pero también es un tiempo de prepararnos, de preparación. Como toda preparación, tiene momentos de sacrificio, de dedicación, de poner voluntad en recibir a Aquel que estamos esperando; en este caso estamos esperando el nacimiento de Jesús.

En el Adviento, es como si resumiéramos ahí todo el Antiguo Testamento. ¿Quiénes son los personajes principales? Los profetas, que anunciaron la venida del Mesías; otro personaje principal ¿quién es? San Juan Bautista que lo proclamó ya próximo; un personaje casi central, esencial, es la Virgen María que le dijo que sí al Señor, y después Cristo, claro está, ya en Navidad su nacimiento.

Después en el Año Litúrgico hablamos de cuando Jesús sufrió las tentaciones, el miércoles de ceniza; después sigue la Pascua del Señor, pasando por la Pasión, después la Resurrección. Continúa el tiempo de la Iglesia, con el Espíritu Santo en Pentecostés; Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo, la eucaristía, el sacramento… y culmina con el día de Cristo Rey. Es todo el misterio de Salvación de Cristo resumido en doce meses.

Por eso esta fiesta de Cristo Rey del Universo tiene un significado especial. Y su significado especial es que nosotros reconocemos a Cristo como el Creador de todo, porque es Dios mismo, el Hijo de Dios, todo fue hecho en Él, por Él y para Él, por lo tanto, Él es el centro de toda la creación. En la carta a los Corintios se nos dice que él es el primogénito de todos los hombres. ¿Por qué? Porque Él se hace hombre precisamente para guiarnos y llevarnos a todos al encuentro definitivo con Dios.

El cristiano sabe que la vida no termina con los pocos años o los mucho que vivimos, sino que la vida termina junto a Dios. Y Cristo, nos dice el texto a los Corintios, vino a vencer al mal, al sufrimiento, a la mentira, a la maldad, y al final vence al mayor, la muerte. Porque puede ser que nosotros los hombres pensemos que la vida siempre termina en un fracaso, y la muerte siempre es un fracaso; Jesús dice no, yo he Resucitado, yo he vencido al mal, yo he vencido la muerte.

Por lo tanto, Él que es vencedor, Él es la primicia de todos nosotros que subimos al encuentro del Padre. Él nos guía, para al final de la historia, al final de este tiempo, nosotros vivamos junto al Señor, él nos espera, dice que tiene una mansión de muchas moradas, él quiere que nosotros vayamos a Él. Por eso es el primero, nos guía, va delante, y va también con nosotros, porque como todo hombre, Él también pasa por la cruz para salvarnos. Esa salvación que nosotros sabemos y nos alegramos que el Señor nos ha alcanzado, pasa por el sufrimiento y pasa por la muerte, pero esa muerte ha sido vencida. También nosotros si queremos alcanzar la salvación, si queremos alcanzar algo que vale mucho y nosotros queremos, sabemos que tenemos que esforzarnos y luchar. Cuánto más no vamos a hacerlo cuando podemos alcanzar la salvación.

Por eso es que nosotros decimos que Cristo es el Rey del Universo, es nuestro Soberano. También debemos de plantearnos ¿y yo que debo hacer para seguir a Cristo, y para reconocerle como mi soberano? Pues precisamente seguir sus pasos, ÉL va delante; pero también seguir sus enseñanzas, lo que Él quiere que nosotros hagamos no por capricho de él, sino porque sabe lo que más nos conviene a cada uno de nosotros y a todos nosotros, crean en Dios o no crean en Dios.

Decimos que Él es Juez, y que es Pastor, por eso la imagen de aquel que va delante es la imagen del pastor, que va guiando a sus ovejas. Porque el yugo de Cristo, no es como el de los reyes de este mundo que oprimen, que utilizan, que mancillan muchas veces a los súbditos, sino que su cuidado es el de Pastor, que cuida a las ovejas y da la vida por ellas.

Entonces hermanos, eso es lo importante, darnos cuenta que los criterios de Jesús no son los criterios del mundo. Se lo dijo a los Zebedeos, el que quiera ser primero entre ustedes que hago lo que yo hago, están dispuestos a beber el cáliz mío, el que yo les ofrezco, el que quiera ser el primero entre ustedes, que sea el servidor de todos. Ésa es la manera que el Señor tiene para decirnos que debemos seguirle como el Señor nos pide, porque es lo que más nos conviene.

En estas lecturas de hoy se nos presenta a Jesús como juez. Muchas veces decimos, y es cierto, el Señor no vino a juzgar, el Señor vino a animarnos a seguirlo. Pero nuestra vida es juzgada por Dios ¿Quién es el que dicta la sentencia, Dios? ¿o la sentencia la dictamos nosotros según nuestras actitudes? ¿Quién nos condena, Dios? ¿nos castiga? O somos nosotros los que sabemos que, si andamos por esos caminos, muchas veces aquí en la tierra, recibimos el castigo, el dolor, y el sufrimiento.

Que cada uno de nosotros piense, en alguna acción nuestra, y esa acción que hemos hecho que no es buena, si esa acción no produce en nosotros sufrimiento, dolor, porque nos hemos equivocado. Hay veces que hemos andado por mal camino, o hemos hecho a sabiendas lo que sabemos que Dios no quiere.

Entonces hermanos, en esta lectura del Evangelio, el Señor pone sus parámetros, las obras de misericordia: tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo, estuve preso; las obras de misericordia espirituales: enseñaste al ignorante, consolaste aquel familiar de un difunto, enterraste a los muertos, estuviste cercano al otro. No es solamente el dar material, sino el darse uno por los demás. Así es como el Señor nos pide que nosotros actuemos en la vida. Y ésa es la manera que tenemos para reconocerle como Rey del Universo. Si Él es mi soberano, Él tiene que mandar mi vida, yo tengo que seguirle. Si Él es mi Pastor, me equivoco sino le sigo.

Por eso hermanos, que cada uno quiera vivir, teniendo a Jesús como su soberano; que cada uno de nosotros quiera seguir a Jesús siguiendo sus enseñanzas, fijándonos en su vida, “sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto, sean santos como el Padre Celestial es santo”

Que, en esta fiesta de Cristo Rey, que es una fiesta de Alegría, nosotros reafirmemos el compromiso, “Señor Tú eres mi soberano, Tú eres mi Rey, no tengo que seguir a otro rey de este mundo, ni otro soberano, ni otro gobernante ni a ninguna otra gente que me quiera llevar por otro camino que no sean los tuyos”. Saber distinguir entre aquellos que oprimen al pueblo, y aquellos que buscan el bien del pueblo. Siguiendo a Jesús no hay equivocación, siempre actuaremos buscando el bien del prójimo.

Por eso en este día cantamos Cristo Rey, Cristo vencedor del mal, del pecado y de la muerte. Por eso tenemos que proclamar lo que dice el Apocalipsis, vestido de blancas vestiduras, a Él todo el honor, toda el poder y la gloria. Pero eso que decimos con los labios, decirlo también con el corazón, y que se manifieste en mi vida diaria, en mi familia, con mis compañeros, con mis amigos, responsablemente en la sociedad haciéndome un buen cristiano.

Que el Señor nos ayude a actuar siempre así en nuestra vida, sabiendo que Cristo es mi Soberano, aquel Pastor a quien yo debo seguir.

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