Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía Domingo XXXII Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
8 de noviembre de 2020

Hermanos:

Hemos escuchado estas tres lecturas, dos de ellas del Antiguo Testamento, también hemos rezado con el Salmo, y dos del Nuevo Testamento. Estas lecturas podemos como separarlas, aunque tienen un hilo conductor, unas de otras.

La primera lectura es del libro de la Sabiduría, en ella se nos dice que la sabiduría de Dios está siempre presente ante nuestros ojos pero que tenemos que buscarla. Si nosotros prestamos atención, a la creación, a los acontecimientos, nosotros descubrimos qué quiere el Señor de nosotros. La sabiduría está ansiosa porque nosotros la recibimos y la acojamos.

La segunda lectura es de la carta a los Tesalonicenses, y es una reafirmación de que la resurrección de Cristo es precisamente el centro de nuestra fe, y nos dice clarito, “no ignoren la suerte de los difuntos”, es decir, que todos aquellos que morimos en el Señor, esperamos, deseamos estar con Él, porque hemos muerto en el Señor. La prueba es que, si Cristo resucitó, así también nosotros resucitaremos algún día. Si Cristo no hubiera resucitado, vana es nuestra fe, vana es nuestra oración también.

La tercera lectura es una llamada a la disposición interior que debemos tener todos, para no perder el tiempo, ser sensatos y siempre estar disponibles, haciendo lo posible por encontrarnos con el Señor. No dejemos pasar el tiempo, sino al contrario, estemos siempre con los ojos abiertos, los oídos, el corazón, la mente, para poder nosotros escuchar esa presencia de Dios.

Fíjense bien la sabiduría que nos hace descubrir la realidad de las cosas, que nos enseña a vivir sabiamente, el centro de nuestra existencia que es precisamente la resurrección de Cristo, y la necesidad de nosotros buscar, buscar. Es decir, la búsqueda de Dios no es algo que tiene que hacer otro, yo busco a Dios y la búsqueda de Dios siempre es personal, tratar de descubrirlo, tratar de comprenderlos, de entenderlo, de aceptar su gracia para que Él venga; y no esperar que otro sea el que lo haga.

Muy bien. El libro de la Sabiduría forma parte de los libros sapiensales del Antiguo Testamento, que no es más que recoger la sabiduría del pueblo de Israel, un pueblo que ya estaba muy mezclado con otros pueblos, de esa zona del Medio Oriente (Persia, Irán, Egipto…), todos los hombres somos hermanos, iguales, aunque estemos en diferentes culturas hay una base común, porque somos criaturas de Dios, hechos semejantes a Él. Estos libros de la Sabiduría recogen la sabiduría particular del pueblo de Israel iluminada por la Palabra de Dios, más la sabiduría popular de tantos pueblos de aquella época en que los judíos, el pueblo de Dios se mezcló.

Este es uno de los libros más tardíos, pero que recoge muchas tradiciones antiguas. Se dice que venían desde los tiempos de Salomón muchas de las sentencias que aparecen en el libro. Aquí se presenta la Sabiduría como si fuera un personaje, una persona, la personaliza, si nosotros buscamos dice “fácilmente la ven los que la aman”, vemos a una persona; “la encuentra el que la busca”, un objeto; “quien temprano la busca no se va a fatigar pues a su puerta la va a hallar”, es alguien, una persona. Más adelante en este libro se habla que la sabiduría es como el “logos”, Aquel que al principio hizo todas las cosas, porque todo es hecho con sabiduría, y la sabiduría viene de Dios, entonces, esa sabiduría se nos presenta en la creación, en las relaciones humanas… se nos presenta, el pueblo de Israel después se da cuenta de esto, en la Palabra de Dios, en la revelación de los profetas.

Pero anterior a esto está la sabiduría popular que es patrimonio de muchos pueblos, en la cual se nos dice cómo debemos vivir sabiamente, cómo es el arte del buen vivir. No es el arte de gozar la vida, son dos cosas diferentes, es el arte del bien vivir. Vivir con sabiduría significa una persona que actúa en la vida conociendo la realidad, entendiendo a los demás, sabiendo sus limitaciones, dándose cuenta de que Dios está por encima de todo, porque no somos capaces de aprehender, de comprender toda la existencia. El sabio es aquella persona que se sabe situar en el momento donde está, en el tiempo donde está, y en la relación con los demás. Es el hombre prudente, es el hombre que busca la justicia, es el hombre que actúa como tiene que actuar con decisión, es el hombre que sabe esperar, que sabe relacionarse con los hermanos, ese es el sabio.

Hay veces que nosotros confundimos, y decimos sabios a aquel que conoce mucho de una especialización de la ciencia. Por ejemplo, podemos llamar sabio a alguien que escrudiña el universo y descubre los agujeros negros, galaxias… tantas cosas… es un sabio. Si solamente él se contenta con estudiar, conocer a profundidad esa parte de la creación, podemos decir que es un experto, podemos decir que es un estudioso a profundidad de los misterios de la vida. ¿Es sabio? Sabio no es acumulación de conocimientos, sabio es el ate del buen vivir.

Para la Biblia, el arte del buen vivir se realiza plenamente cuando nosotros descubrimos a Dios. ¿Por qué? Porque el hombre sabio se da cuenta de sus limitaciones, y hasta dónde llega su conocimiento. Sabe que en las ciencias solo podemos llegar a aquello que puede ser medible, aquello que puede ser comprobable, aquello que nosotros observamos con los sentidos; pero, precisamente, las preguntas fundamentales de la vida no las da esa observación, o ésas técnicas científicas o artesanales. El hombre sabio se da cuenta de los límites del hombre y que hay otros misterios que son mucho más grandes que lo que él es capaz de entender. Además, un hombre sabio, un especialista, un experto, un conocedor, sabe que su conocimiento llega hasta un punto; otras generaciones llegarán un poco más allá, y el mundo se va a abrir en un infinito de posibilidades.

El hombre sabio, según la Palabra de Dios, es aquel que entiende que hay misterios que el mismo no puede comprender o darle solución. Puede tratar de explicarlo, pero no tiene le dominio. ¿Qué misterios son? El porqué de la vida, el porqué de la muerte, el porqué dela mor, el porqué del sufrimiento, el porqué de la sonrisa, la alegría… ésas cosas que son lo esencial en la vida. Ahí entra esa sabiduría que procede de Dios, que es iluminada por la Palabra de Dios que es Cristo, que es el Logos, es la Palabra del Señor.

El Señor nos invita a vivir sabiamente nuestra vida y no a gastarla, ni a mantenerla. No. La vida hay que vivirla como regalo de Dios, ese es el hombre sabio el que lo sabe hacer. El que busca la paz, la justicia, pero la busca razonablemente, haciendo lo que es necesario hacer en ese momento, que tome las decisiones correctas. Ese es el sabio.

Al entrar la revelación divina, el centro de la sabiduría cristiana es la resurrección de Cristo. Hermanos esta vida tiene sentido, este misterio que no entendemos, Cristo nos da la solución. ÉL ha muerto y ha resucitado para que nosotros tengamos vida eterna. Vivamos sabiamente, encontrándonos con el Señor, para vivir algún día eternamente junto a Él. Ése es el centro de la vida del cristiano, y eso nos tiene que dar paz. Por eso en el Salmo hemos rezado esta antífona tan bella “mi alma está sedienta de Ti, Señor, Dios mío”. Sí señores, está sedienta de Ti, porque en Ti encuentro la plenitud de la verdad y del amor de Dios y también el sentido de mi existencia.

El Evangelio, no es más que un consejo sabio. Hermanos, no malgastemos la vida, no dejemos pasar el tiempo, no nos entretengamos con esas cosas que pasan y se nos llenan los ojos, y que nosotros sentimos que, si no lo tenemos o no lo hacemos, no lo vivimos hemos perdido la mitad de la vida. No, hay que buscar lo esencial, y lo esencial es Dios. Ahí vine todo lo demás, mi relación con mi familia, con mi esposo, el esposo con la esposa, la amistad, el sentido de la vida, el sentido de la muerte, para no tener angustia a la hora de enfrentarnos a la muerte, sabiendo que Cristo me espera en la casa del Padre.

Esta contraposición entre la sensatez y la imprudencia, no es más que vivir en la sabiduría o vivir insensatamente. Por eso, no dejemos pasar el tiempo, dediquemos nuestro tiempo para conocer un poco más a Dios, y para que ese conocimiento, ayudados por su gracia, nos ayude a vivir de tal manera que vivamos nuestra vida sabiamente, con serenidad en medio de las dificultades que la vida nos presenta, con la serenidad y la confianza que nos da el saber que Cristo es el centro de mi existencia, y que yo debo estar preparado para el encuentro con Él.

Este es un trabajo que tenemos que hacer cada uno, cada uno debe poner su tiempo , su decisión, su voluntad, su corazón para encontrarse con Cristo, y para saber decir todos los días Señor, tengo sed de ti, tengo sed de ti, ven a mí.

Que el Señor nos ayude a vivir así.

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