Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
13 de septiembre de 2020

 “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” Mt 18, 22

Hermanos,

Las lecturas de hoy tienen como centro el vivir en Cristo, pero dicho de varias maneras, como cada autor sagrado toca ese tema. En el vivir en Cristo hay un temita que quisiera resaltar, es el bautismo, por un lado, y el otro es la consecuencia del bautismo que es vivir sus mandamientos. Entonces, las consecuencias del bautismo, el estar unidos a Cristo, eso lo sabemos teóricamente y en la práctica, es algo de lo que nosotros siempre nos acordamos. ¿Qué significa el bautismo? Es el primero de los sacramentos, nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia, nuestros pecados quedan personados y así aspiramos, queremos vivir para llegar un día al encuentro con el Señor. Somos hijos de Dios en Cristo Jesús, hijos de Dios en adopción.

Pero del bautismo, que efectivamente nos une íntimamente a Cristo, derivan una serie de consecuencias: estar unidos a Cristo es vivir según Cristo, ser testigos de Cristo, Él nos da el continuar su obra en el mundo; nosotros entonces tenemos que tratar de imitarle en todo. Hermanos eso lo sabemos, pero cada uno de nosotros, yo le pido a ustedes se pregunte y yo también lo haré, lo trataré de hacer, ¿verdaderamente vivimos así, dándonos cuenta de que en todo momento estamos en presencia del Señor? ¿verdaderamente nos damos cuenta de que Cristo vive en mí y yo en Él, de que yo soy un templo del Espíritu Santo y por tanto tengo que mantenerme puro de todo pensamiento de venganza, de maldad fuera de mí?, o soy cristiano o creo que lo soy, pero esa unión con Cristo es algo que no tengo presente en mi vida.

No es que sea una matraquilla, no, es que en mi vida tiene que hacerse un hábito en el cual, en el vivir normal y cotidiano yo refleje a Cristo Jesús.

Por eso es que Pablo, en esta Carta a los Romanos, Pablo hace esta exhortación: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor, por eso murió Cristo por nosotros”. Entonces hermanos la pregunta es ésa, ¿yo vivo en Cristo, yo vivo para Cristo o vivo solamente para mí? Es bueno vivir para uno, luchar por la familia, en la vida desenvolverse y aspirar a cosas grandes materiales y espirituales, ahora, vivir en sí si solamente lo dejamos en eso se agota en eso que siempre se acaba. Por el bautismo hemos sido llamados a una vida superior, a una vida en el Espíritu al lado del Señor.

Entonces hermanos vuelvo a hacerles de nuevo la proposición, ¿Nos acordamos de nuestro bautismo? ¿Sabemos que somos hijos de Dios y vivimos en Cristo Jesús?, yo me pregunto ¿Yo vivo en Cristo siempre? Ésa última frase “En la vida y en la muerte somos del Señor”, ¿ésa es mi divisa? Siempre el Señor está conmigo, mi vida yo se la debo a Él y Él aspira a que yo esté junto a Él, ahora yo también tengo que cumplir, yo también tengo que vivir consecuentemente con ello.

El Salmo nos habla de una persona que quiere vivir en el Señor, por eso empieza el Salmo “Bendice alma mía al Señor y todo mi ser a tu Santo nombre; bendice alma mía al Señor y no olvides sus beneficios” Es la persona que quiere vivir en Cristo le pide su bendición, y quiere que el Señor le acompañe siempre. Él es compasivo y misericordioso, lento a la ira, tardo, y abundante en clemencia, así es el Señor, así tenemos que ser nosotros.

Después que hemos visto que tenemos que hacer un repaso de nuestro bautismo, que hemos visto que debemos vivir en el Señor e imitarle: sean santos como nuestro Padre Celestial es Santo, sean buenos como nuestro Padre Celestial es bueno, entonces tenemos que ver cómo lo aplico. Y esta aplicación viene esta frase, que no me canso de repetir, porque debe de ser como un martillo en la cabeza, “ama a Dios sobre todas las cosas y trata a los demás como a ti mismo”. Y en el día de hoy esa invitación de amar a los demás como a nosotros mismos, tanto en la primera lectura que es del libro del Eclesiástico, como el Evangelio tocan el tema del perdón.

Cada vez que hablamos del perdón, hablamos de “Dios me perdona a mí”, ¿cuántas veces tenemos que perdonar?, setenta veces siete. Ahora, ¿qué tenemos que hacer nosotros?, la respuesta quién nos la da, dónde la encontramos, en el Padrenuestro que es Palabra de Dios “perdona nuestras deudas, nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores, a los que nos ofenden”. Es decir, hay una correspondencia, si yo vivo en Cristo Jesús y debo imitarle, y Él es lento a la ira y rico en misericordia, yo debo corresponder de la misma manera. Tanto la primera lectura del libro del Eclesiástico, como el Evangelio tocan este tema, y fuerte.

“Del vengativo se vengará el Señor, y llevará estrecha cuenta de sus culpas… “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y a la vez pedir la salud al Señor?” Fíjense bien hermanos que esto es justicia, y esto es pura razón. ¿Cómo puedo pretender para mí lo que soy incapaz de darle a otro? “Piensa en tu fin… en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo” Si no tienes compasión de tus semejantes, entonces, ¿le pides perdón a Dios? Hermanos fijémonos que ahí entramos en que tenemos que ser coherentes, tenemos que ser íntegros, tenemos que ser sinceros; y cuando nosotros en nuestra pobreza le pidamos perdón a Dios y le supliquemos lo que sea, acordémonos de nuestros hermanos que tal vez me han ofendido, y que yo me siento incapaz de perdonarlo. Si te sientes incapaz, pídele a Dios la gracia de saber perdonar, porque eso es lo que Dios quiere.

Esto mismo que ha dicho el Eclesiástico, es lo mismo que nos dice Jesús con esta parábola. Un hombre al que le fue perdonado mucho, mucho dinero, y agradeció porque tuvieron compasión de él, de momento vienen otro que le debía poquita cosa y él no tiene compasión, y lo mete en la cárcel. ¿Dónde está la razón, dónde está la justicia? Hay veces que pretendemos pedirle a Dios cosas que no son coherentes con nuestra vida, hay veces que desgraciadamente le pedimos a Dios cosas que hasta ni nos convienen, pero nosotros en nuestro capricho muchas veces lo hacemos. Vamos primero a ver la Palabra de Dios, qué me conviene, ¿soy capaz de perdonar?, sino no soy capaz, entonces pídele a Dios por misericordia que te de la gracia de perdonar, y así tú recibirás multiplicado el perdón de Dios. Además, a tu alma la vas a tranquilizar, a tu alma la vas a serenar, porque te habrás dado cuenta que has apartado de ti todo aquello que no te permite vivir en paz.

Que Dios nos ayude a todos hermanos a vivir así. Al final de la celebración de misa vamos a poner un cartelito con las lecturas para que todos podamos seguirlas si nosotros queremos, y en nuestras casas las busquemos y las meditemos.

Que Dios nos ayude a vivir así, caminando para encontrarnos con Él, a despojar nuestro corazón de toda venganza y que el Señor nos de la gracia de ser generosos en el perdón.

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