Palabras del Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana, en las Vísperas S.M.I. Catedral de La Habana, 20 de septiembre de 2015

Querido Santo Padre:

Llenos de júbilo nos hemos congregado en nuestra Iglesia Catedral de San Cristóbal de La Habana, bajo la mirada amorosa de María Inmaculada, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, otras personas consagradas y seminaristas, para acoger a nuestro querido Papa Francisco, orar con Su Santidad y recibir su Palabra orientadora de Padre y Pastor.

Santo Padre: encuentra aquí a sacerdotes jóvenes y ancianos, cubanos o venidos  de diversos países del mundo como misioneros que nos prestan un apoyo invaluable en la evangelización. También a religiosas, religiosos y otras personas consagradas, jóvenes y menos jóvenes, cubanos o de distintas nacionalidades, estos últimos también misioneros que sirven con amor y devoción a nuestra Iglesia y a nuestro pueblo.

Este grupo, aparentemente tan heterogéneo, está unido en el mismo amor a Cristo, y en comunión con sus pastores dan un testimonio eclesial muy significativo del seguimiento de Cristo Jesús en su quehacer evangelizador.

Quiero hacer notar  algo muy propio de nuestra Iglesia en Cuba que nos une a todos en nuestro servicio al pueblo. La Iglesia que vive en Cuba es una Iglesia pobre, y el abnegado testimonio de pobreza de nuestros sacerdotes diocesanos o religiosos, de los diáconos y las personas consagradas es admirable.

Quizás sea precisamente la pobreza la que contribuye de modo singular a la solidaridad y fraternidad entre todos nosotros. No hay espacios fáciles aquí para la competitividad o la emulación, que no sean los del servicio y el don de sí.

Quien viene a Cuba como misionero, y todos los que permanecemos aquí al servicio pastoral de nuestro pueblo, debemos ser forzosamente pobres, en recursos pastorales ciertamente, pero más aún en su estilo de vida.

Esperamos Santo Padre que su propio testimonio personal nos anime a todos a amar esa pobreza, bella y fructífera de la Iglesia, en esta tierra nuestra; que anime también a misioneros y misioneras de otros lugares a venir a compartir con nosotros el gozo de evangelizar.

Querido Papa Francisco, al pedir con amor y devoción su bendición paternal, esperamos que su testimonio y su palabra rieguen en los surcos de nuestra Iglesia una semilla de aliento y renovación, de compromiso y de esperanza. 

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