Testimonio de Sor Yaileny Ponce Torres

Testimonio de Sor Yaileny Ponce Torres, Hija de la Caridad, ante el Papa Francisco en celebración de las Vísperas con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la Catedral de La Habana 20 de septiembre de 2015

Querido Santo Padre:

Al terminar la etapa del seminario, supe que la comunidad me enviaba a servir a Dios y a los pobres en el Hogar de impedidos físicos y mentales “La Edad de Oro”, tuve miedo, lloré mucho…  sabía que de todas la obras en las que estamos presentes, esta, justamente esta, sería la que más exigiría de mí. Aún están frescas en mi corazón las palabras de una hermana: “vas a la casa de la misericordia, la que más exige de ti, pero la mayor exigencia será que no dejes de fijar tu mirada en Jesús. Llena de Dios sabrás abrazar la miseria humana, eso es ser misericordiosa y sobre todo sabrás ser la madre de los pobres”. Muchas veces cuando la misión se hace dura recuerdo estas palabras.

“La Edad de Oro” es una institución dirigida y administrada por el Ministerio de Salud Pública, y acoge a 200 pacientes de ambos sexos con distintas patologías relacionadas con encefalopatías crónicas. Las edades oscilan entre los 12 y 71 años; pero por su condición frágil y dependiente en cuidados, movilidad, comprensión, comunicación, sin importar la edad que tengan les llamamos “niños”.

Cuánto me ha sorprendido el Padre bueno regalándome la felicidad en medio de ellos. Hoy digo con alegre certeza: el lugar donde vivo es BELLO, quienes lo conocen saben de lo que hablo, no es precisamente en la limpieza y la armonía donde radica su belleza. Es bello porque allí, en sus hijos más débiles, habita y se manifiesta Dios.

«Quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada…», fueron las palabras que escuchó Moisés cuando intentó acercarse a aquella zarza que ardía sin consumirse. De la “zarza”, un arbusto silvestre y humilde, inútil y hasta despreciado, se sirve Dios como medio para su Revelación. Por la presencia de Dios el terreno queda bendito; por la fe, los pies se desnudan, para sentir el contacto de la tierra consagrada en señal de reverencia y respeto. Este es el gesto de corazón que cada día queremos vivir en nuestro trato con los pacientes y personal de servicio: descalzarnos ante el misterio de Dios latente en la vida de aquellos, que a los ojos de muchos son invisibles, no cuentan, son valorados como carga inútil o despreciados por ser diferentes.

Aunque la gran mayoría de los “niños” no pueden articular palabras no por eso dejan de comunicarse. Fue necesario ir adaptando mis sentidos a los suyos, diferenciar en un grito la alegría del dolor, distinguir una mirada ansiosa que pide atención a una que responde al saludo de buenos días. Ha sido un aprendizaje lento. Al comienzo, todos pudieran parecer iguales y todos sus sonidos semejantes pero se van conociendo en su personalidad única e irrepetible. Ellos también, ejercen la misericordia con nosotros, enseñándonos con mucha paciencia a entenderlos, perdonándonos el trato brusco en algún momento o interpelándonos con sus vidas frente a lo esencial.

Cuando regalan una sonrisa, una mirada de alegría, sé que solo por eso, solo por hacer feliz a uno de ellos, vale la pena permanecer en esta Isla y entregar la vida porque ya en ellos se hace presente y se está cumpliendo el Reino: “Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos”.

Querido Papa Francisco, sirva este testimonio para reconocer toda la labor asistencial, caritativa, de misión, formación y oración a la que se entregan generosamente las comunidades religiosas femeninas y masculinas. La vida religiosa en Cuba, con sus diferentes carismas, en la acción y la contemplación, busca acercarse con “amor de misericordia” a los enfermos, niños, ancianos, discapacitados… como reconocimiento de la dignidad de cada persona y como parte inseparable de la Buena Noticia del Evangelio, del cual, entre todos, como Iglesia, somos testigos en medio de nuestro Pueblo, confiando siempre en la guía de Jesucristo, Pastor Bueno y María nuestra Madre.

Santo Padre, le pido su bendición.

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